Relato escrito por Lordkraneo inspirado en una historia vivenciada por Sitri Deimos. Los hechos relatados en este texto están basados en hechos reales (excepto aquellos que no lo están)
Al principio resultaba molesta esta situación, la veía con frecuencia por la calle y, en ocasiones puntuales, en el transporte público. Donde peor me sentaba era el verla en algún comercio. Más tarde estos incidentes fueron aumentando peligrosamente. Hoy, es insufrible.
Nunca recordé cuando comenzó, años quizás, de eso estaba segura. Las primeras veces eran saludos intrascendentes de dos personas por la calle que no se conocían de nada y que ni siquiera se habían visto. Dos extrañas, individuos con vidas distintas. Lo que realmente comenzó el problema fue aquella confusión. Alguien la paró para darle un par de besos y preguntar lo típico, con la respuesta más que inevitable, seca y fría, pero siempre la misma: «Quita de en medio que estorbas, ni se te ocurra volver a hacer eso».
Estos encuentros con desconocidos, que juraban conocerla, fueron un trastorno para mí, alguien de quien no vas a saber el nombre, no os interesa. Se hicieron tan continuos, pasando a ser parte de una rutina malsana, día a día. Fueron varias las escenas en las que, al entrar a una tienda, la atendieron con una amabilidad que siempre odié y nunca entendí. Algún dependiente le llegó a decir haber tenido un dejavú con ella, con frases como: «ayer te vi» o «esta mañana vino tu hermana». Mi respuesta, de nuevo fría, seca y cortante a más no poder, debía estar a la altura de alguien como yo. «Que no me hinches el coño, ¡yo no tengo hermanas, me cagüen dios!».
Finalmente, esa semana fue clave, hace como diecisiete días. Volviendo hacia mi apartamento, desde lo lejos, vi a alguien haciendo aspavientos. Paré y entroné los ojos en un intento de reconocer quien era. Esa persona, a la que vi con desprecio y el suficiente odio como para que, por su bien, no estuviera delante de mí, la ansiedad que me había generado lo iba a pagar con su carne, y no era ninguna broma, no tuvo otra brillante idea que venir a mí con una expresión de satisfacción y fascinación. Corrió, me agarró, forzándome a estrechar un abrazo que me daba asco, y claramente salieron de su estúpida boca, idéntica a la mía, unas palabras que me ocasionaron el nivel de estrés más que adecuado para reaccionar como reaccioné:
«¡Qué alegría el conocerte por fin! ¡Tanta gente pensando en que cómo podían haberme visto en sitios a los que no tenía ni pajolera idea y resulta que eras tú! ¿Eres mi hermana gemela y lo desconocía? ¡Cuenta, cuenta!».
Pero mi mirada era de una homicida en busca de sangre y la iba a obtener de ella, por insinuar semejante gilipollez. ¿Su hermana gemela?, ¿es subnormal o qué? Mi madre sufrió lo que no está escrito para tenerme a mí y murió cuando saqué mi horrible cabeza de su ensangrentada vagina. ¿¡Y tiene los ovarios de decirme eso!? La mato.
Yo, que lo pensaba sin razonar, era una mujer treintañera introvertida y asocial, me daba miedo la sociedad porque nunca me enseñaron a eso, socializar. No me gustaba salir ni relacionarme. No me agradaba el contacto humano, lo detestaba. Por esa razón, y nada más verme abrazada sin quererlo yo por una supuesta hermana gemela, que, obviamente, no lo era, sino que se llamaba Maricarmen y era una mujer de sólo treinta años recién cumplidos, una persona aleatoria en una vida burlona cruel y efímera. Nos habíamos encontrado de casualidad y, mientras yo iba a matarla, no era una frase hecha, la otra estaba encantada de haber encontrado a alguien igual que ella físicamente. Hasta tenía ilusión por si de verdad eran gemelas del mismo padre y se lo habían ocultado hasta descubrirlo por ella misma.
La rabia sincera que sentí por tener una doble sin haberla pedido me llevó a pedirle, con fingida amabilidad, que me acompañara al interior de mi apartamento. Vivía de alquiler y necesitaba dinero para pagar el siguiente recibo al casero.
«Por favor, estoy deseosa de saber más de ti, no te imaginas cuánto —sabía ocultar perfectamente mis verdaderos sentimientos misántropos—, ¿te apetece pasar a mi casa y nos tomamos un café mientras charlamos sobre nuestras vidas y nos podemos al día?, ¿te parece? No sé ni tu nombre, perdona —ni falta le hacía—».
En cuanto escuchó la propuesta, Maricarmen ni se lo pensó, sobresaltó un “sí” que hizo tambalear hasta a los vehículos que estaban aparcados cercanos en el parquin propiedad del residencial: todas las alarmas se activaron. Por lo que, al aceptar, la guie hasta allí. Teníamos que subir unas escaleras hasta estar en el primer y único piso. Una vez delante de la puerta, y mientras sacaba las llaves que estaban el bolso de cuero negro y un pentáculo satánico grabado en oro, también me preocupé de sacar con disimulo aquello que iba a utilizar a continuación.
Cuando Maricarmen finalmente tuvo acceso al interior, dejando que la puerta se abriese hasta llegar a su tope que era una pared, fue la primera en hacerlo, teniéndome detrás de ella, siendo como una gatita teniendo delante a una rata, una presa a la que dar caza para luego comerse cogiéndola por su larga cola. Y, de repente:
El gaznate de Maricarmen fue atravesado con furia por un puñal de largo filo y punzón puntiagudo, abriéndole un agujero en el medio, dado que se lo clavé desde la nuca y se abrió paso por la tráquea hasta reventar su cuello casi al punto del cerceno. Aquel orificio comenzó a escupir sangre a borbotones, al igual que lo hizo la boca, completamente llena de líquido rojo, ahogando un grito que ni siquiera pudo entonar. Yo, observadora de lo que provoqué, sentí por fin un intenso alivio en mi interior, como si recuperase la otra parte del alma robada, algo que no sabría cómo explicar a nadie en caso de ser descubierta. También sentí otra sensación, que era un poco más perturbadora, y es que, tras ver a mi doble caer arrodillada al suelo de mi apartamento y, sin demorarse mucho, quedar tendida todo lo larga que era y dejando un gran charco de sangre que luego tendría que molestarme en limpiar (y la sangre no se iba nada fácil), mis labios vaginales se humedecieron. Mi boca se llenó de dulce saliva queriendo decirme algo como: «te está seduciendo, ¿lo sabes?», y relamiéndome los labios con una juguetona lengua. No podía creerlo, pero me estaba excitando tras ver aquello.
Me toqué por encima mi genital y me puse encima del cuerpo inerte de mi sosia, a quien miré con desagrado, pero muy caliente. Me acerqué a su oído y susurré: «no hay nadie más que yo, soy única… pero que me aspen si tu muerte no me ha puesto cachonda. Tu carne ahora no es de nadie, solo mía, y te la voy a follar para luego cremarla». Le giré la cabeza hasta arrancársela de cuajo mientras aún goteaba sangre, la miré y lamí los todavía cálidos labios, hasta darles un beso lento y tierno. Llevé una mano al ano del cadáver y se lo comencé a masturbar con el dedo corazón, mientras con la otra mano, y con cierta dificultad, sostenía la cabeza.
«Espero que te guste, hija de puta, porque yo voy a correrme muy pronto».
Justo al momento de tener aquel inusual orgasmo, del cual logré expresar un grito desbordado, me vi la mano ensangrentada. No estaba agarrando ninguna cabeza y, lo que era aún peor, estaba masturbándome a mí misma con unas tijeras, dejando hecho un desastre mi vagina, la cual comenzó a dolerme al cabo de unos segundos. Me había imaginado no solo lo que hubiera hecho de tener a mi sosia junto a mí, sino que, además, ese odio y asco me habían hecho mutilarme a mí misma, debido al intento de destruir a esa doble, de la que jamás tuve constancia de su existencia.
“Sin dolor, no hay pasión, el elixir rojo, del amor por la carne”