“De repente lo percibió: él, el otro él-mismo. La sangre se paró en su corazón, un sudor mortal lo cubrió. Cerró los ojos y se apoyó contra el muro.
– Esta vez, ya no voy a poder evitarlo; es mejor que me acostumbre a él.
Reflexionó durante mucho tiempo.
De repente fue presa de la curiosidad: ver la cara del espectro… Abrió los ojos: la visión había desaparecido. Sin embargo “él” estaba cerca de él, “él” llenaba la habitación, lo envolvía, respiraba por su boca.
Una angustia infinita infiltró su veneno poco a poco en todos los recovecos de su alma. Se rió como un insensato.
– ¿Qué hacer? A decir verdad, no comprendo ni este terror, ni esta desesperación. Puesto que en adelante ya no viviré solo, tendré siempre a alguien cerca de mí. ¿Y qué mejor compañía puedo tener que a mí mismo?”
Stanislas Przybyszewski, De Profundis, 1896.