Los Caminantes de las Sombras

Caspar David Friedrich Wanderer above the sea of fog

«Yo os muestro al superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho vosotros para superarlo? Hasta hoy, todos los seres han creado algo por encima de ellos, y ¿queréis ser vosotros el reflujo de esta ola enorme prefiriendo retornar a la animalidad antes que superar al hombre?».

Friedrich Nietzche. Así hablo Zaratustra

Años atrás, cuando me encontraba estudiando el grado de sociología – sí, para desgracia de mis colegas sociólogos soy uno de ellos – me topé en un rincón oscuro y mugriento de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología con La Biblia Satánica de Anton LaVey.

Es, quizás, la primera vez que expongo de manera pública cómo comencé en este sendero que llamamos satanismo, lo cierto y, por curioso que parezca, es que mis comienzos tuvieron la suerte de empezar en un lugar de estudio, reflexión y conocimiento. Recuerdo la época de estudiante universitario, las mañanas repletas de cafeína y desayunos en la cafetería de la facultad, mediodías de cervezas y tardes llenas, de nuevo, de cafeína. En esos momentos de la tarde, donde ahondaba en la soledad de mi ser, me inmiscuía en los pasillos de la biblioteca de mi facultad en la búsqueda de algún tesoro literario o científico, algo que avivase mi alma, que me desgarrara por dentro, que me dejase, como se dice popularmente, tocao. Tenía yo por aquel entonces una especial predisposición a alternar mis estudios obligatorios con la imperiosa necesidad de leer algunos libros que muchas veces nada tenía que ver con el temario que me tocaba aprender. En una de estas ocasiones, y como vengo relatando, me topé con la Biblia Satánica.

He de decir que en aquel momento de mi vida me encontraba en una situación de especial transición: provenía de un pueblo con su ambiente y sus mentes estrechas, en un momento de mi vida en la que recientemente había abandonado mis particulares creencias cristianas y había abrazado el lado más ortodoxo del materialismo marxista. La repudia hacía la religión y, especialmente, hacía todo lo que tuviera que ver con el cristianismo era bastante evidente. No tanto la repudia a la religión o a las creencias generales, la espiritualidad y aquellos aspectos que tuvieran que ver con lo trascendental.

En este combate feroz contra el cristianismo había encontrado como aliado al mismísimo Satanás. ¿Quién sino podría acabar con tanto beato y santurrón que el incomprendido Satanás? Mi obsesión por él, por todo lo que significaba la palabra demonio, infierno, Lucifer o rebelión era bastante evidente. También la patética relación que sostenía en mi mente entre Satanás, el rock y el Heavy Metal: canciones que enaltecen al Príncipe de las Tinieblas, invocaciones oscuras, ritos de iniciación y una estética que evocaba todo lo siniestro: cruces invertidas, pentagramas, demonios, monstruos de la noche, oscuridad y un ambiente cargado de una malignidad sin parangón. De ahí venía yo. Lo complementaba con mis habituales aficiones: los videojuegos de rol y acción, especialmente de fantasía oscura. Tierras devastadas por la desolación, sectas secretas operando como agentes del mismísimo Diablo, y demonios con espadas flamígeras y cubiertos de un fuego tenebroso. Los atrezos estaban ya dispuestos, solo tenía que dejar mi mente jugar su particular partida de lo siniestro y dejarme llevar por aquellos lugares que no pocos consideraban como extraños. Alguien extraño con extrañas aficiones. Así era yo. Y justamente cuando en este ambiente comencé a leer a LaVey algo se me revolvió en mi interior. Mis esquemas preestablecidos por la literatura, el cine, los videojuegos y el folclore en general entraron en declive. En cambio, algo surgía en mi interior, una nueva visión, una nueva forma de ver y comprender la realidad exterior. Y es que, si por algo destaca el satanismo es por su particular forma de romper con la visión de la vida, de lo que esta significa. 

Los sacrificios, los rituales de iniciación, los demonios… todo cobraba un nuevo significado. Ya no era una entidad metafísica que estaba en combate con Dios, lo que realmente entraba en combate era mi cosmovisión del mundo con la realidad, con mi particular realidad personal.

A partir de este momento comencé a interesarme por el satanismo, con más intensidad con cada página que daba, con cada escrito que encontraba, con cada testimonio que se dejaba caer entre mis manos. Mucho tiempo estuve a solas con LaVey, hablando y reflexionando sobre lo que nos tenía que decir. Ahí me di cuenta de que, si de algo servía, era para mejorar la calidad de vida de las personas, de aquellas que estuvieran dispuestas a dar el paso. Porque el satanismo no está hecho para todo el mundo. Requiere de un componente especial y que causa verdadero terror: enfrentarse a uno mismo.

En un mundo acostumbrado a externalizar todo lo interno, a desplazar responsabilidades hacia otros (ya sean personas, la suerte, Dios o quien quiera que sea), ponernos delante de un espejo, indagar en nuestro interior, en lo que percibimos como somos, lo que realmente somo y lo que nos gustaría ser no es una tarea que sea precisamente sencilla. Requiere de años de esfuerzo y dedicación a uno mismo. Deconstruir todo lo que estaba destruido, descondicionarnos de ciertos aspectos y volverlos a construir no se hace en un par de semanas. Ni tan siquiera en un año. A veces pienso que es una tarea que nunca acaba o que acabará, irremediablemente, con nuestra muerte, al menos hasta que la ciencia no avance para ofrecernos el elixir de la eterna juventud. Mientras tanto, lo considero como un proceso continuo de aprendizaje y desaprendizaje, de examen interior, de destrucción y construcción. Ahí es cuando tiene sentido eso de “ser tu propio dios”. Qué curioso que sea la palabra dios y no otra. Autodeificación, antinomismo e individualidad son las tres palabras que suelen estar unidas e interconectadas y que, si quitas una, el resto deja de tener sentido. Una retroalimentación de las tres, en la que el Ser se busca a sí mismo, se aleja y destruye todo aquello que con anterioridad había construido y había sido construido por otros (conscientemente o inconscientemente, eso es otro debate bastante más extenso como para exponerlo aquí), y se pone como centro de su vida, de la forma de ver y entender el Universo y su universo. Porque realmente en eso consiste el satanismo: en la búsqueda del conocimiento. Curioso, como digo, que todo esto empezará para mí en una biblioteca.

A veces concibo el satanismo como si fuera un iceberg. Un trozo enorme de hielo en un océano inmenso. Este iceberg solo muestra una pequeña parte de él. Por debajo del nivel del mar hay mucho más, cosas que no son visibles a simple vista, cosas que para poder verlas tienes que sumergirte bien profundo; y lugares tan profundos donde la luz no llega. Hay un satanismo estético (el que se ve), un satanismo ético (oculto, sumergido y más difícil de ver) y un satanismo teológico donde la luz no puede alcanzar.

He utilizado una terminología que no es mía pero que personalmente me parece aplicable para lo que estamos hablando. Fue Søren Kierkegaard, el que es considerado como el padre del existencialismo, el que habló de los estados estéticos, éticos y teológicos.

No obstante, al igual que el satanismo, nosotros somos también ese iceberg. ¿Puede existir el satanismo fuera del Ser? Me temo que no es una entidad que posea consciencia propia, sino que es una idea que cada uno toma y la aplica a lo que es él o ella. Nosotros, al igual que ese iceberg, tenemos cosas muy visibles, otras no tantas, y otras que son bastante más oscuras. Esas cosas oscuras que muchas veces ni nosotros mismos somos capaces de descifrar. Nos sumergimos en esa oscuridad interior para descubrirnos. A veces es sencillo, otras veces no tanto.

Los que caminamos entre las sombras lo sabemos. Conocemos esa sombra. Yo siempre la he asociado a la idea del infierno, aunque el término sombra tenga otras connotaciones como la que le otorgó C. Jung. No en vano, me gustaría apartarme de esa sombra y sumergirme en la sombra de mi ser, pues es aquí donde nosotros comenzamos a descubrirnos a nosotros mismos. Es aquí, también, un lugar de conflicto interno, una especie de lucha contra nosotros mismos, el lugar donde se impone la Voluntad del Ser. Quién no ha caminado entre las sombras no sabrá a qué me estoy refiriendo, pero quien lo haya hecho sabrá, de buena manera, lo que realmente significa.

Hay veces que tenemos miedo, hay veces que queremos huir, escapar de ese lugar. Confiamos que, si nos rodeamos de otras personas, si hacemos otras cosas estamos acabando con el problema. Pero, generalmente, mi experiencia me dice que no. Solo es un tapón temporal. Una venda en los ojos. Miras a otro lado para no mírate a ti mismo, te evitas. El problema no se solucionará con pequeños parches. Requiere de más, requiere de todo nuestro esfuerzo, trabajo y voluntad para cambiar. Hay veces, como digo, que esto será más sencillo, hay otras tantas que será bastante más complicado y hay, por desgracia, otras que será imposible.

Sin embargo, para los caminantes de las sombras, lo importante como digo, es tener el valor y la voluntad de sumergirse en el abismo y ver lo que hay. Porque, aunque no llegue la luz, eso no significa que nosotros no podamos darle algo de luz, solo es cuestión de trabajo y voluntad.

De ese trabajo y de esa voluntad parte la praxis del satanismo. No se trata de una posición estética en la que nos identifiquemos como “oscuritos”, nos guste el rock y la música tenebrosa y acabemos posando delante de un espejo para enseñarles a los demás lo “edgelord” que somos. No. La premisa básica del satanismo, a nivel interior, a nivel espiritual si quiere utilizar el término, es trabajar con uno mismo, con aquello que negamos y nos gustaría ver. Un compañero y amigo mío me dijo en una ocasión que el satanismo no es algo que te vaya ayudar, más bien al contrario, el satanismo es comerte la cabeza. No es una solución en sí, sino un proceso de investigación personal.

El camino está ahí, y tú eres quien elige si seguirlo o no. Nosotros, los caminantes, no tenemos miedo, miramos el abismo y cuando el abismo nos devuelve la mirada nos sentimos reconfortados porque nos hemos encontrado a nosotros mismos. Lo demás, es algo que uno mismo debe experimentar. Y siempre caminamos solos, siempre.

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