El desapego como moderna ataraxia

Sadly

“Emoción, s. Enfermedad postrante causada por el ascenso del corazón a la cabeza. A veces viene acompañada de una copiosa descarga de cloruro de sodio disuelto en agua, proveniente de los ojos”

Diccionario del Diablo”, Ambrose Bierce

Las emociones han atravesado diferentes paradigmas sociales, desde su paliación total, por entenderse su manifestación como signo de debilidad o mala educación, hasta su exhibición íntegra, siendo esta recomendada y considerada como un modo de sincerarse con el entorno a la par que con uno mismo. Estos procesos han dependido, en gran medida, del proceso sociocultural del momento y la influencia judeocristiana que, como no podía ser de otro modo, ha sido muy responsable de que la humildad se considere un prestigio y la queja una incorrección. Y es que quejarse es una declaración de descontento y disconformidad. Se trata de no aceptar una situación o condición que importuna o que provoca sufrimiento y, atendiendo a las doctrinas más católicas, el sufrimiento debe ser aceptado con regocijo, puesto que de ello depende nuestra salvación. Y dentro de estos devenires nos encontramos en plena cultura del desapego, siendo la ataraxia un atajo para el encuentro con el bienestar.

Entendemos por ataraxia el estado anímico caracterizado por la tranquilidad y la total ausencia de temores y deseos. Este tipo de temperamento nace en la cultura helénica y significa “ausencia de turbación”, y fue buscado por corrientes filosóficas como el epicureísmo, el estoicismo o el escepticismo, que promulgaban sobre lo indispensable de esta condición para alcanzar la total felicidad. Actualmente, la cultura del desapego aboga por los mismos supuestos, y son evidentes los inconvenientes emanados del apego, ya sea a nivel relacional o por la degeneración progresiva que causa a la resiliencia, deteriorando, asimismo, la capacidad de adaptación y la flexibilidad. El apego conlleva sufrimiento y este puede sortearse por la capacidad de no apegarse a nada ni a nadie. De este modo, la destreza del no padecer por el otro, de no experimentar dolor alguno tras rupturas y desenlaces afectivos, se plantea como un atractivo bastante apetecible. Así, la ley del desapego propone desprenderse emocionalmente de todos y todo, sin que se dependa de nada.

Indudablemente, la ataraxia o el desapego son una puerta a la libertad, a la capacidad de adaptarse fácilmente a cualquier entorno, a la tranquilidad y a eliminar cualquier obstáculo que interfiera en nuestros intereses. Este sugestivo planteamiento casa ineludiblemente con el individualismo, tan propio del satanismo. Supone salir de la zona de confort, liberarnos del miedo al cambio, sin que la frustración tenga cabida y sin nada que perder. La ataraxia se ofrece como un extraordinario estado de despótica libertad que nos libera de las ataduras fútiles no solicitadas.

No obstante, no ser capaz de experimentar lo desfavorable tiene su importe, que no consiste únicamente en el esfuerzo inherente al acto del desarraigo. Se logrará el destierro emocional, pero no como se imagina, ya que en el conjunto emocional habitan todo tipo de sensaciones y no únicamente aquellas que nos provocan sufrimiento.

La era del positivismo y la felicidad a toda costa exprime e implanta la noción de sentirse bien por obligatoriedad. Las emociones negativas son de precisa supresión y, si no se es capaz de mantener la felicidad y despreocupación en cada lapso de nuestra vida, en algo erramos. Esta circunstancia a la que nos vemos abocados desemboca en el desarrollo de una total y absoluta intolerancia a la frustración, que bien se palía a través del desapego. ¿Y es que acaso el ser humano no necesita experimentar emociones, por muy negativas que sean, que le permitan desarrollarse tanto biológica como personalmente? Todos los fracasos, todas las derrotas, las rupturas y las muertes nos enseñan a no tropezar con el mismo error de nuevo, y esta es la clave: el aprendizaje. La experiencia es discernimiento funcional. Experimentar dolor y placer es una fuente palmaria del conocimiento e intentar separar el uno del otro es una tarea imposible. De este modo, si se anulan todas las emociones negativas, con ellas comparecerán las positivas. Y es que el desapego emocional, o la ataraxia moderna, no deja de ser una búsqueda de la desidia permanente lograda a través de un trabajo de atrofia emocional sucesivo.

El sufrimiento emocional, la decepción y la frustración no son negativos. Lo destructivo es no tener capacidad para tolerar los mismos.

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