La iniciación y el precio de vivir en dos mundos

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Por N.K. IIIº

Sacerdote del Adversario en TOPH

Hay una constante en aquellos que tomamos la Mano Izquierda y los Senderos de la Oscuridad como el medio de desarrollo de nuestra espiritualidad que versa sobre aquella urgente necesidad de entender que la iniciación nos divide en dos mundos, no sólo a un nivel experiencial relativo al comportamiento, sino a un nivel psicológico profundo.

La experiencia de la iniciación siempre se ha relatado como la de una muerte y un renacimiento. Esto es algo que no es solamente exclusivo de la Mano Izquierda, todas las experiencias iniciáticas de los diversos cultos mistéricos se narran de la misma forma: una parte de nosotros muere, otra parte renace. Es así en la Mano Izquierda, en el Luciferismo, en el Satanismo Tradicional y, en general, en todas las propuestas mágicas que juguetean con el sentido de lo trascendente, pero también en la Mano Derecha, en caminos como la Wicca o el Hermetismo donde en ciertos ritos de paso se simboliza la muerte directamente.

La iniciación es el punto focal. Una iniciación espiritual, una iniciación mágica y no meramente simbólica, en este sentido, es siempre un espacio liminal entre dos realidades: la personalidad profana, no iniciada, y todo el mundo en el que ésta vive y se desarrolla, ajeno a las profundidades filosóficas y espirituales del sendero escogido; y la personalidad iniciática, que se fragua en la iniciación y se desarrolla a partir de ella en los mundos espirituales y psicológicos de la Senda. Estas dos realidades se conforman en oposición la una a la otra y se contestan y excluyen mutuamente, naciendo del golpe profundo que deja sobre la psique la tumba de la iniciación.

Es importante decir que esto no es solamente un hecho simbólico o espiritual, sino que hay un proceso psicológico que sustenta el proceder iniciático. Nunca me cansaré de explicar que en la iniciación se produce una disociación de la conciencia en dos partes, el yo profano y el yo iniciado, y que esta disociación psicológica es la que sostiene todo el desarrollo que seguirá tras ese momento. Es muy importante entender este hecho para comprender que lo profano nunca podrá ser lo iniciado, y viceversa, que ambos corresponden a dos mundos mutuamente excluyentes.

Todo esto lo digo porque, al relatar la experiencia cotidiana de nuestra espiritualidad siniestra, tenemos que estar pendientes de ciertos errores muy comunes que absorbemos de ideas pseudoespirituales contemporáneas y que dificultan la vivencia sana de un proceso espiritual al nublar la comprensión.

La magia, esto ya lo sabemos todos, pero no es de menos recalcarlo, no consiste en lanzar bolas de fuego a lo Harry Potter, aunque molaría, pero no. Cuando practicamos magia en un Sendero como el nuestro, lo que estamos haciendo es acceder, a través del mundo y el lenguaje simbólico de lo inconsciente, a tocar con las manos desnudas las partes más profundas de la consciencia y actuar sobre ellas de forma proactiva y directa. Así provocamos cambios reales en nosotros mismos, a través de los estados de conciencia alterada a los que accedemos. El estado psicológico fundamental que sostiene este proceso, eso que los caminos mágicos llaman “el estado de Gnosis”, es un trance en el que el yo psicológico natural entra en un proceso de suspensión, lo que podríamos llamar una muerte. En ese estado, los símbolos y arquetipos de la iniciación despiertan una segunda conciencia psicológica, que habita ese espacio de trance y conciencia alterada, y que sólo respira en los parámetros de la magia y la iniciación. Ese segundo yo, traído a la vida, al renacimiento, a través de la iniciación y la magia, es el yo iniciado, que deberá atravesar muchos cambios en el proceso espiritual e irá revelando en él partes cada vez más profundas, menos condicionadas y más transracionales. Esa es la disociación psicológica que sustenta nuestro avance en el Sendero.

Es importante entender que cuando nos acercamos a una senda iniciática, estamos provocando cambios reales y, a menudo, irreversibles sobre nuestra propia configuración psicológica. Tanto como entender que esa capacidad potencial de la iniciación no se encuentra presente en senderos espirituales que no sean iniciáticos. Al final, la pregunta es esta: ¿sobre qué parte de la psicología humana actúa el sendero que camino? ¿Es un sendero iniciático que va a producir una ruptura psicológica, o es un camino no iniciático que va a dirigirse al yo profano?

Esto es fundamental, porque los caminos espirituales no iniciáticos van a encontrarse siempre con un problema y, si nos fijamos en ellos como ejemplo, sin entender la diferencia, los que transitamos un sendero iniciático vamos a tender a repetirlo, con consecuencias desastrosas: a saber, que el yo profano es cargado y sometido a la “ley”. Esto lo vemos muy claramente en las religiones abrahámicas, pero también en senderos espirituales que se jactan de ser un sadhana, como el budismo. Al no haber ruptura, el yo profano debe elevarse, siendo cargado con una ley que va a limitar su comportamiento, su pensamiento y su anhelo: son las sendas de “esto no se debe hacer, esto no se debe pensar, esto no se debe desear”. Caminos totalmente limitados por la propia capacidad de la egoicidad a la que se dirigen y de la ley que imponen sobre ella. Esto lo vemos también en sendas como el cristianismo esotérico. Toda senda que no atraviese una iniciación fundamental, estará sujeta siempre a estos procesos, pues son sendas que no pueden, no saben, carecen de la capacidad operativa de la iniciación para saltar al otro lado de la conciencia del yo profano. Sólo pueden aspirar a doblegarlo y hacerlo siervo del impulso espiritual mayor, también un impulso espiritual “profano” en más de un sentido.

La iniciación, en cambio, es una ciudadanía en dos mundos, cuyas leyes no son intercambiables entre sí. Aquello que mi yo profano necesita para vivir dignamente y desarrollarse de forma sana en el mundo no puede aplicarse a las necesidades que la conciencia disociada del yo iniciado necesita para sostenerse en su realidad espiritual. Es ciertamente una batalla intensa aprender a encontrar el equilibrio entre estas dos realidades, pero es ciertamente otro tipo de batalla diferente al de las espiritualidades no iniciáticas. No debemos buscar vivir siempre en un estado alterado de conciencia ni estar siempre en el estado de conciencia disociada del yo iniciado, porque nos consumiría. Y no es necesario. Tampoco debemos alterar en gran manera la configuración del yo profano con las herramientas de la magia, porque eso sería emplear fuerzas y capacidades en algo no esencial -aunque existen desde luego excepciones. Tampoco hay la necesidad de cargar el yo profano con demasiadas leyes y expectativas que no debe cumplir, el salto de fe hacia la muerte del conocimiento, la gnosis, que realiza cada vez que se cruza la puerta de la cámara ritual paga el precio de sus errores.

La iniciación no requiere de tu identidad profana convertirse en un ser espiritual, casi desencarnado, alejado de la realidad de tus deseos terrenales. No hace falta someterse a largos entrenamientos físicos o psicológicos, no es necesario irse a vivir a una comunidad perdida lejos del mundo. Porque en ti vive una identidad que ya no está limitada por tus propias características.

Esto se debe, exclusivamente, a la potencia de una iniciación como la nuestra, cuya magia parte en dos al ser hasta el tuétano.

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