La Torre del tarot es una de las cartas más emblemáticas y poderosas que esconde un mazo y, si bien es cierto que otros muchos arcanos, ya sean menores o mayores, representan dualidad, oposición o plantean una antagonista dicotomía, La Torre recoge, posiblemente, el más drástico de estos aspectos duales.
La carta representa la destrucción, la crisis, la revelación y la liberación. Nos revela un desastre repentino. La imagen clásica de la carta expone una torre siendo golpeada por un rayo y en llamas. Esto es símbolo de un evento súbito y catastrófico que sacude los cimientos de la vida del consultante. Puede significar una crisis inesperada, una pérdida significativa o un cambio drástico que trae consigo la destrucción de estructuras vitales antiguas y consolidadas.
No obstante, aunque el hundimiento se asume como una indicación catastrófica, la carta de La Torre debe ser asimilada como un acto de liberación, de dejar ir lo viejo y obsoleto para abrir espacio a lo nuevo y transformador. Es un recordatorio de que, en ocasiones, es necesario transitar por la ruina y el caos para poder reconstruir algo más sólido y auténtico. Es la carta del Solve et Coagula que conduce hacia una repentina iluminación o comprensión. De este modo, el consultante podría entender una revelación sobre la verdadera naturaleza de una situación o sobre sí mismo. Aunque el proceso puede ser doloroso y desafiante, también conduce a un mayor crecimiento espiritual y de entendimiento. Pero este escenario debe ser cotejado siempre atendiendo a la necesidad de sacrificar algo importante para poder avanzar. Todas las iniciaciones, nos indica la carta, son dolorosas. Se trata, pues, de una exigencia de enfrentar los cambios y las crisis, reconociendo que, a pesar de la destrucción, puede haber coyunturas para el crecimiento y la renovación.
Cuando este tipo de situaciones se presentan en nuestras vidas, es forzoso estar preparados para afrontar el cambio y, por muy doloroso que este sea, obtener del mismo un beneficio, ya sea una mejora de la situación anterior o, en su defecto, la creación de algo diferente, pero igualmente satisfactorio.
La habilidad para lograr este proceso favorablemente no reside en realizar una nueva tirada de cartas o en acometer cualquier otro tipo de ritualística que relegue al practicante a un rol pasivo. Por el contrario, la capacidad de actuación en estas realidades va a resultar cardinal para conseguir una salida airosa. Es, por consiguiente, fundamental que el consultante, ante la presencia de La Torre, despliegue todas sus capacidades para recuperarse tras la vivencia del momento de gran impacto que describe la tirada.
La magia y sus herramientas, como las cartas del tarot, son meros instrumentos que, sin la voluntad del aplicante, de nada sirven.
En este contexto, con la carta de la Torre sobremesa, amenazante y temible en su ilustración, el iniciado en la consulta del tarot (siempre abordando este desde la perspectiva de herramienta para el autoconocimiento) puede advertirse perdido o sin saber qué hacer. Esta situación, habitual al principio, irá perdiendo fuerza a medida que el consultante adquiera más práctica y, consecuentemente, más habilidades de gestión de este tipo de controversias vitales.
Pero, ¿cómo empezar? ¿Qué se puede hacer cuando una crisis sobreviene o cuando reparamos como algo, ya cimentado y estructurado en nuestras vidas, tan asentado como la gran Torre del tarot, se está derrumbando? En primer lugar, y haciendo referencia a “La Guía del autoestopista galáctico”, de Douglas Adams: “DON’T PANIC”.
El primer paso es identificar la situación de crisis. Es importante analizar en qué consiste, cómo ha ocurrido y en el momento en el que ahora se encuentra, tanto la situación como el consultante, en la misma. Este análisis debe realizarse del modo más objetivo posible, sin entrar en juicios ni culpables. Esto permitirá que se obtenga una visión global del escenario mucho más realista y sin que las emociones interfieran en la percepción de lo que está ocurriendo.
No obstante, una vez definido el problema, no es adecuado relegar, reprimir o esconder lo que verdaderamente se siente hacia el mismo. Reconocer las propias emociones, aunque sean dolorosas o las entendamos como negativas, es el único modo de procesarlas y afrontarlas. No se trata de que nos recreemos en uno u otro estado, adoptando una actitud de héroe o víctima, estoico o vencido, sino de conocer cómo nos afecta esta situación que está ocurriendo. Es un modo, no solo de autoconocerse, sino de estar preparado para el camino que se va a emprender. No hay que temer a la emoción. Ningún estado de ánimo (por mucho que nos lo repita la educación occidental anclada en bases judeo cristianas) denota debilidad, cobardía o poquedad personal. Las emociones son respuestas biológicas y, como tales, es necesario vivirlas y sentirlas sin que desprendan motivo de vergüenza alguna.
La Torre y la situación a la que alude deben asimilarse con positividad, puesto que su destrucción es sucedida por algo nuevo que siempre va a resultar ser una aportación útil, si bien no con respecto al escenario anterior, al menos a lo referido a nuestro aprendizaje y crecimiento personal. Pero esta positividad no debe confundirse con un optimismo acérrimo, ya que este únicamente conduce hacia la pasividad, hacia el no actuar, hacia el esperar a que todo se solucione (y se solucione bien), hacia lo que pase, pasará y, en definitiva, a hacernos nuestro propio extranjero de Camus.
Esta positividad hacia la carta, por el contrario, se debe encaminar hacia proponerse el mejor de los objetivos y lograrlo con la certidumbre de que no siempre será posible. Se trata, por consiguiente, más que de optimismo, de positivismo informado, una suerte de pesimismo positivo. Determinar unas expectativas realistas es fundamental, pero, aunque estas sean tales, puede que no siempre se plasmen tal y como se habían proyectado. De ahí la importancia, no solo de tener un plan b, sino de contar con planes c, d, e y, si es posible, agotando las grafías alfabéticas. ¿Y puede que aun así nuestros propósitos no se acometan? Es posible, pero de ello sacaremos un aprendizaje tan valioso como para utilizarlo en situaciones futuras de dificultoso desempeño. Cada fracaso, cada caída, nos brinda de un conocimiento, si se saben estas utilizar. Un derrumbamiento mal ejecutado acarrea destrucción y sus consecuentes víctimas. Un derrumbamiento bien ejecutado acarrea espacio para construir y sus consecuentes réditos.
Los momentos vitales representados por la temible Torre deben ser abordados desde nuestras voluntades, de modo que pueda obtenerse de este suceso la mayor ganancia posible para nosotros. El individualismo, por consiguiente, resulta esencial y es, en estas circunstancias, cuando más útil va a resultar su despliegue. El autocuidado, y marcar prioridades realmente importantes, van a ser factores decisivos para nuestro éxito.
Las situaciones representadas por la carta de La Torre no deben ser, por consiguiente, abordadas con fatalidad y dramatismo. Por el contrario, la flexibilidad en su resolución, adoptar unas metas realistas, la aceptación emocional y la autoconciencia de la misma son elementos centrales para que el proceso de destrucción-construcción transcurra con éxito. Busca apoyo, busca guías fiables y de confianza. Escucha todo consejo, pues de ellos se pueden obtener perspectivas que no se habían considerado previamente y, únicamente, opta por aquellos que consideres rentables. Establece una absoluta y única prioridad en ti mismo. Mantén una perspectiva a largo plazo y, sobre todo, aprende.