Mi manera de pensar, por lo que dices, no puede ser aprobada. ¿Supones que me importa? ¡Un pobre tonto es el que adopta una forma de pensar para los demás!
Marqués de Sade
El BDSM basa su práctica en el intercambio de poder, independientemente de la orientación sexual de sus participantes. De esto modo, encontramos practicantes heterosexuales, bisexuales u homosexuales. Hasta este punto, todo se enjuicia oportuno dentro de esta subcultura, en cuanto lo que concierne a la libre expresión de la sexualidad individual, en este caso, alternativa. Obviamente, no ocurre así desde el punto de vista externo, el cual, plagado de mitos y estereotipos, juzga, critica y/o censura toda aquella práctica sexual que no sea normalizada.
Esta controversia presenta un alcance más amplio en lo que se refiere a dominantes machos y sumisos hembras heterosexuales, que no únicamente resisten el juicio de lo normalizado, sino que, conjuntamente, se enfrentan, incluso dentro de su propia subcultura, a la condena de los roles sociales de género establecidos. Y es que las ideologías, y el modo de percibir y razonar determinadas cuestiones culturales e ideológicas, no entienden de orientaciones ni de sexualidades alternativas. De este modo, los practicantes heterosexuales que establecen roles de dominación y sumisión, siendo estos hombre y mujeres respectivamente, se encuentran en la encrucijada de violar los derechos fundamentales de lo que se entiende por feminismo. Un feminismo que podemos (o no) considerar mal entendido en cuanto este se define por aquellas acciones destinada a lograr la igualdad de derechos entre hombre y mujeres, ¿y que mayor igualdad de derechos que aquella que permite a cada uno, independientemente de ser hombre y mujer, elegir y disfrutar de su propia filia? No es así, según los preceptos de este supuesto feminismo, por los cuales el hombre dominante no deja de adoptar un rol de maltrato hacia una mujer sumisa víctima.
Esta cuestión plantea un amplio debate y controversia que provoca que sean muchos los practicantes que se plantean si su práctica no es adecuada y, en el caso de las mujeres, de no ser buenas feministas o de estar perpetuando un rol de género contra el que se quiere luchar.
Este tipo de corrientes feministas defienden que la sociedad se ha constituido desde una base heteropatrialcal en la que el hombre dominaba a la mujer en todos los aspectos, y no únicamente en el ámbito sexual. Esta situación ha ocasionado que las fantasías y el deseo sexual de hombres y mujeres se constituyan bajo estos parámetros, de modo que el hombre sienta deseos de dominar y, la mujer, de ser dominada, situación la cual persiste en la desigualdad de géneros. De este modo, el BDSM no sería más que un subterfugio para recrear y perpetuar una sexualidad absolutamente machista. Ante el argumento de que es la propia mujer la que elije este rol, se postula que la razón es la educación recibida y la anulación de voluntad provocada por el peso del hombre, que la llevan a creer falsamente en que está escogiendo libremente. El consentimiento femenino, pues, no tiene cabida ni discusión bajo esta visión, puesto que la mujer estaría repitiendo, sin ser consciente de ello, un rol socialmente milenario. Así, el feminismo surge para promover la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y, consecuentemente, para liberar a la mujer del yugo masculino.
El argumento planteado bajo esta perspectiva, no solo es comprensible, sino que alberga una lógica. Pero, ¿qué ocurre en el caso de hombres sumisos, Femdom o parejas homosexuales? Estos casos se justifican de diferentes modos.
En el caso de Femdom o parejas homosexuales masculinas, la práctica del BDSM no ampara más controversia que aquella que sitúa directamente al BDSM como una recreación del rol de soberanía masculino social despótico frente al femenino, independientemente del género del Dominante o el sumiso. De este modo, la práctica de este tipo de sexualidad alternativa no sería más que una reproducción sexual de roles sexuales abusivos, relegándola, por consiguiente, a una categoría más próxima a la parafilia que a la elección libre de la propia sexualidad.
Con respecto a las relaciones lésbicas, el argumento vuelve a reiterarse en cuanto a la reproducción de estructuras patriarcales. En los casos en los que las propias practicantes entiendan que el BDSM es una libre elección sexual, o que, incluso, se alejan de la dominación masculina, son refutadas con el argumento de utilizar la sexualidad para fines contrarios, ya que, con estas prácticas, se refuerza la estructura patriarcal en un acto de recreación de la misma, dado que la educación sexual masculino-dominante les ha inculcado el modo en el que deben disfrutar.
La paradoja del juego de roles en el BDSM, en el que el sumiso es el que en realidad domina, carece de sentido desde estas perspectivas expuestas, la mayor parte de las ocasiones (si no en su totalidad) por personas que no practican el BDSM o que, al menos, no lo sienten como sexualidad propia.
Por consiguiente, son aquellos que fomentan la igualdad de géneros y que animan a la mujer a elegir su propia sexualidad los que dictaminan qué tipo de sexualidad es o no correcta para ellas, en un alegato de “viva la libertad de expresión y que muera quien no piense como yo”. Esta representación no considera que el género es indiferente o secundario en la práctica BDSM y solo interpreta que el mero intercambio de poder es una recreación del imperio masculino, lo que refuerza los estereotipos de género.
En este punto, se puede realizar un ejercicio de imaginación hacia una sociedad de igualdad de derechos entre hombres y mujeres, en la que el feminismo no tendría lugar, puesto que su función es lograr este estado ya establecido. ¿Tendría cabida en este entorno el BDSM? Vayamos más allá en el ejercicio de imaginación. Imaginemos una ucronía en la que no existe el dismorfismo sexual y, por consiguiente, nunca hayan existido históricamente los roles de género. ¿Tendría cabida en este entorno el BDSM? La respuesta es evidente.