Comenzar es, quizás, la tarea más díficil si lo que se pretende es trasmitir una idea en un texto de cierta envergadura. Y, de hecho, es justamente donde más tiempo dedicamos a pensar “¿cómo puedo empezar esto?, ¿Cuál va a ser la idea inicial de mi exposición?”. Para este artículo a mi me ha pasado lo mismo. ¿Cómo puedo empezar hablando de sexualidad, onanismo y del falo (o comúnmente llamado pene) todo a la vez y que tenga una cierta coherencia? Lo cierto es que no es sencillo.
No obstante, encontramos un nexo común entre ambos y lo que representa precisamente ese adhesivo es lo que podría denominarse masculinidad, es decir, el constructo social que hace que el hombre sea “hombre”, aquellos atributos que se le adjudican al género y por lo que nosotros, los hombres nos identificamos como tal. Junto a tal identificación se ha desarrollado paralelamente un sistema que perpetua esta visión del hombre: el androcentrismo (no confundirlo con antropocentrismo), es decir, el sistema en el cual la visión del hombre es la dominante y el resto de visiones, como la femenina, aparece en un segundo plano.
En esta visión androcentrista, que a su vez degenera en una actitud activa machista en el mundo, la dominancia de lo masculino es lo primordial. Todo se mueve por y para el hombre, todo es definido por el hombre según sus parámetros y, todo lo que salga de esa visión es considerado como algo marginal.
El androcentrismo ha construido una visión típica del hombre, una visión ideal en la cual él se construye como dominante. En esta visión, la sexualidad queda sujeta al placer de él y por él placer es estructurado, construido, y hablado. Se da lugar a una producción del discurso en la que los elementos masculinos predominan. La visión típica androcentrista está basada en la idea del hombre que es capaz de mantener muchas relaciones sexuales satisfactorias, donde su potencial masculino es desplegado en todos sus sentidos. Su falo se convierte en el centro del placer. Por él, y gracias a él, la mujer es capaz de tener un orgasmo. En esta visión, el tamaño del pene se ha convertido en algo casi obsesivo para él, dando lugar a ideas tan disparatadas como que un mayor tamaño del miembro es proporcional al placer que pueda dar a la mujer. Y eso, que, en esta visión típicamente masculina, la homosexualidad esta vista como una desviación, cuando no una enfermedad.
La visión típica androcentrista está basada en la idea del hombre que es capaz de mantener muchas relaciones sexuales satisfactorias, donde su potencial masculino es desplegado en todos sus sentidos. Su falo se convierte en el centro del placer.
Es la falocracia, el dominio del pene sobre el placer. La creación de un discurso social que asegura que la causa principal de este placer viene derivada de nuestra polla. Y es que, eso último, la polla, concebida bajo este lenguaje tan corriente, se convierte en el centro de nuestra vida masculina. Por “nuestra polla” hacemos las cosas, y por nuestra misma polla la dejamos de hacer.
El problema (como si solo hubiera uno) de esta visión es que hemos convertido el órgano sexual masculino en el centro del placer, toda gira a su alrededor. Esta visión tan típicamente masculina no concibe que las relaciones homosexuales entre mujeres puedan ser placenteras. ¿Pero cómo puede ser posible que ellas tengan un orgasmo sin nuestra grandísima polla? Lo cierto es que se tiene.
En este punto, lo que nos debemos preguntar es cómo esta idea ha podido calar tan hondo en nosotros. Lo importante aquí es saber qué dispositivos de poder han permitido construir esta idea en la que el pene se ha convertido en el eje y centro de la obtención del placer.
Y sin tener en cuenta toda la producción social de discursos en los cuales el tamaño de este es lo más importante. Porque tener un buen pollón te hace más hombre. Así lo piensan algunos, para quienes el tamaño de aparato reproductor no es lo suficientemente grande. Así es como lo atestiguan multitud de psicólogos y sexólogos, consultas rebosantes de hombres preocupados por el tamaño de su pene, pensando que son menos “viriles y masculinos” que el resto. Como si la virilidad y la masculinidad fueran exclusivamente propiedad del sistema de medición internacional. ¿Cuántos centímetros hacen falta para ser hombre? ¿Dónde queda el límite de la virilidad y la masculinidad? ¿Son 12 o 13 centímetros suficientes para decláranos hombres? ¿Seremos capaces de dar placer con ese tamaño?
No es que esté de acuerdo con estas ideas, en absoluto, más bien vengo a reproducir un discurso social latente en multitud de hombres. La deconstrucción de la masculinidad tradicional y la consecutiva construcción de lo que denominamos “nuevas masculinidades” está poniendo en jaque al androcentrismo y a su visión machista del universo.
Paralelamente a esto, no encontramos dos puntos a tratar, igualmente importantes y muy ligados a esta visión: el onanismo y las sexualidades “alternativas”.
El onanismo, o la práctica de la autosexualidad, se ha convertido en nuestros días en la principal fuente de placer para cualquier género. Pero, en los hombres, el onanismo juega un papel doble. La idea del hombre dominante es la del hombre que no necesita masturbarse, que no necesita “hacerse pajas” puesto que al ser hombre de éxito puede obtener relaciones sexuales con otras personas (generalmente siempre mujeres, vuelvo a insistir en esta típica visión masculina donde la homosexualidad está condenada). Así se construye la figura del “pajillero”, aquella persona cuyas únicas relaciones son consigo mismas. El pajillero se ha convertido, en el imaginario colectivo en una suerte de “nerd”, un “friki”, un desdichado o un paria. Solo hay que teclear en Google la palabra pajillero, ir a imágenes y dar cuenta de lo que nos encontramos: típico hombre granoso, con gafas, con poca gracia estética, por no decir feo o poco atractivo. Pervertido, que solo piensa en tocarse todo el rato. ¡Como si el hombre dominante no pensara en sexo todo el rato! Otra vez donde la producción de un discurso social establece un ideal de lo masculino, de lo viril y de lo puramente atractivo.
La idea del hombre dominante es la del hombre que no necesita masturbarse, que no necesita “hacerse pajas” puesto que al ser hombre de éxito puede obtener relaciones sexuales con otras personas (generalmente siempre mujeres, vuelvo a insistir en esta típica visión masculina donde la homosexualidad está condenada).
A la mujer le ha tocado su parte también. La idea de que la mujer no se masturba es una idea tan extendida como falsa. A la mujer se le ha prohibido el goce, el placer, y este goce solo puede ser con un hombre, con su gran polla introducida en la vagina. Pero no cualquier hombre, ni muchos hombres tampoco. Un hombre, su esposo. Cualquier relación que no fuera con él y fuera de él la convierte automáticamente en una puta.
No he querido centrarme en lo que esta masculinidad ha causado a la mujer, puesto que ya existe literatura creada por ellas que reflejan con mucho detalle todo lo que está visión genera. Pero me gustaría centrarme en cómo esta visión es incapaz de concebir una sexualidad fuera de lo normativo. Por sexualidad alternativa entiendo aquellas prácticas sexuales que han quedado al margen de la visión dominante, que bien se salían de lo moralmente aceptable o que se quedaban en los límites de este.
En este sentido, los fetichismos aparecen como la práctica de esta sexualidad alternativa. La podofilia (atracción sexual hacia los pies) se ha construido como una parafilia, es decir, como una atracción que se sitúa en el margen de lo socialmente aceptado. Porque lo socialmente aceptado aquí es sentir atracción hacia unas determinadas partes del cuerpo. En la visión típica de la masculinidad heterosexual dominante, estas partes vendrían a ser el pecho, las caderas y las piernas de la mujer. Toda parte del cuerpo que no sea está queda exclusivamente en el margen de las parafilias. Y no solo partes, sino también actividades, prácticas sexuales que se alejen de la penetración y el coito, como los juegos sexuales y prácticas de placer que no han sido bien vistas por esta ideología. En este campo encontramos el BDSM y todo su universo. También encontramos diferentes orientaciones sexuales, gustos y no gustos (como la asexualidad).
En definitiva, nos encontramos ante una visión masculina dónde prima el pene como centro del placer, las prácticas sexuales esencialmente heterosexuales y cisexuales. Esta masculinidad se encuentra actualmente en un proceso de deconstrucción, donde los discursos sociales se encuentran en constante cambio, donde ya no se concibe una idea como única y verdadera, y donde toda práctica y orientación del placer es bienvenida. Porque lo importante está en gozar, con quien queramos y como queramos.