Por: Sangue Shi
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Mucho se habla en el Sendero Siniestro acerca de la Auto-Deificación. Ciertamente, esta idea o concepto, se ha convertido en el eje central del camino espiritual siniestro para muchos practicantes. Se ha convertido en un objetivo que debe lograrse a toda costa. Sin embargo, creo que hay mucha confusión acerca del término, de su «utilidad» —si es que tiene que servir para algo— o incluso del método o métodos que se pueden emplear para conseguirla. Pero, ¿la Auto-Deificación es algo que se pueda «conseguir», en el sentido de «tener» o «poseer»? En relación con este primero, hay otro término que creo que tampoco se entiende muy bien; me refiero a la Auto-Iluminación, o Iluminación a secas. Dos términos que, desde mi punto de vista, se encuentran totalmente interconectados y son interdependientes entre sí, pero que significan cosas —estados, o estados de cosas— diferentes.
Con las siguientes líneas, aspiro a arrojar un poco de luz sobre este dilema, que sin duda existe y se puede comprobar empíricamente o por la mera observación de los practicantes del Sendero. Asimismo, trataré de enunciar qué tipo de filosofía podría sustentar y permitir el desarrollo teórico-práctico de ambas cuestiones. Para ello, me serviré de los argumentos de Kitarō Nishida —el gran filósofo japonés, alrededor de quien se fundó la Escuela de Kioto—, quien, siempre desde una perspectiva o esencia Zen —Budismo japonés— trató de encontrar un punto de conjunción entre la filosofía occidental —concretamente, desde Aristóteles hasta Wittgenstein— y la filosofía japonesa, que, obviamente, tiene ciertas similitudes con otras filosofías asiáticas.
Nishida propone que el principal problema de la filosofía occidental es su enfoque acerca del conocimiento, y no puedo estar más de acuerdo con él. Desde la era clásica, la filosofía occidental parte de la idea de que el conocimiento nace —o debe ser acerca— del «Ser», mientras que tradicionalmente las filosofías-religiones de Asia han tratado de la «Nada»; son filosofías existencialistas, enfocadas en la búsqueda de la felicidad o del «buen vivir» —que por cierto, son cosas diferentes aunque no excluyentes, como veremos.
A raíz de esta idea del «Ser», en occidente creemos tener la noción de que hay «algo» que conocer; es decir, un mundo externo o separado de nosotros que podemos observar o experimentar. Esto genera una ilusoria dualidad conceptual Sujeto (Observador)-Objeto (Observado), cuya raíz, por otro lado, se halla en la realidad irrefutable de que los seres sólo podemos percibir el mundo de forma parcial y subjetiva. Sin embargo, tomar esta dualidad como «algo», o, más bien, que debe existir un nexo causal externo (causa-efecto) en los fenómenos observados, es lo que produce una «alteración» de la experiencia, por así decirlo.
Como indica Nishida, los empiristas clásicos (Hume, etc) llegaron a la conclusión de que la causalidad no existe, ya que no se puede observar empíricamente este nexo causal, y postularon que el mundo era asociativo; es decir, que, poniendo un ejemplo, por probabilidad observamos que frecuentemente la causa «A» produce el efecto «B», pero que esto era mera casualidad, ya que bien podría producirse el efecto «C» o cualquier otro. Este dilema viene de concebir este nexo causal como algo externo; sólo hay dos posibilidades: o bien el mundo es asociativo y no existe la causalidad, o bien ese nexo es un tercer objeto que une «A» con «B», de modo que los nexos se multiplican hasta el infinito.
A este respecto, muy al estilo Budista, Nishida plantea, por un lado, que la relación entre causa «A» y efecto «B» no es externa sino interna (es decir, un cambio en el estado de cosas); y por otro lado, afirma que realmente la dualidad Sujeto-Objeto es ilusoria, pues no es que exista el Objeto debido al Sujeto sino que el Sujeto es parte del Objeto. Es decir, que no existe la experiencia porque haya un Sujeto que experimente el mundo, sino que el Sujeto existe porque existe la experiencia del mundo del que éste forma parte. No hay «algo» escondido que haya que conocer más allá de un velo, sino que el velo es nuestra propia mente, o, mejor dicho, nuestro Ego.
Al pensar que somos un Sujeto, nos damos importancia (Ego), como si el Universo girara entorno nuestro; por tanto, desde esta perspectiva, lo vemos todo distorsionado, ya que el Ego interpreta y juzga la realidad que percibimos. Por tanto, la única forma de experimentar el mundo o la realidad tal y como es, eliminando la ilusoria dualidad, es mediante la «Experiencia Pura», en términos de Nishida; y en términos Budistas, «experimentando el Ser más allá del Tener (y del Hacer)». La «Experiencia Pura» se refiere a la experiencia directa no mediada por la mente, y no expresable mediante conceptos abstractos; es decir, la experiencia de la realidad «inefable», que no requiere de comprensión alguna sino únicamente de la propia vivencia.
Sin embargo, al llegar a este punto, Nishida se encuentra con el problema de la «sustancia» y del «Ser». Desde el punto de vista de la Lógica (lingüística, no formal) de Aristóteles, resulta que efectivamente hay un «Ser» que conocer, una «sustancia primera» o esencia (ousía) que define como «aquello que (lingüísticamente) siempre es Sujeto (hypokeímenon) pero nunca Predicado». Según Aristóteles, la ousía es lo que debemos conocer; y además, ésta posee «accidentes» o cualidades que lingüísticamente son predicados. Por ejemplo, en «Sócrates tiene barba», «Sócrates» es el Sujeto y «tiene barba» es el predicado, ya que «Sócrates» sólo hay uno, pero «tiene barba» es una cualidad que cualquiera puede tener; no tendría ningún sentido decir, por ejemplo, «Aristóteles es Sócrates». Por otro lado, no hay que perder de vista, sin embargo, que Aristóteles era monista y no dualista; es decir, que concebía que mente y cuerpo eran una única sustancia indivisa y no dos sustancias separadas, como pensaba Platón (esto lo retomaremos más adelante).
Por su parte, Nishida afirma que esto no es correcto, que la realidad tal y como es no se conoce a través del Sujeto sino del Predicado; es decir, que no conocemos la verdadera ousía o esencia de la realidad por medio de conocer la supuesta sustancia del Sujeto, sino por sus «accidentes». Por ejemplo, al observar una manzana de color rojo, Aristóteles diría que «manzana» es la ousía y que «color rojo» sería un «accidente»; por medio de lo general (color rojo, tiene barba) no conocemos lo particular (manzana, Sócrates). En contraposición, Nishida diría que al conocer los «accidentes» podemos llegar a conocer la esencia de la realidad; esto es, experimentamos «manzana» de forma directa, conociendo así todas sus cualidades, como por ejemplo que es «roja», que el rojo forma parte de una categoría general que se llama «color» donde hay más «colores» particulares; y esto es así porque para conocer qué es el «rojo» has de saber necesariamente que es un «color» y no un «sabor», por ejemplo. Al experimentar directamente «manzana», lo puedes saber todo sobre la manzana, llegando así a percibir la esencia de las cosas y no sólo de la «manzana»; porque el universo en esencia es unitario y general, pero no plural ni particular —aunque nosotros creamos percibirlo como tal.
Nishida aclara esta idea empleando el concepto Hegeliano del «Universal Concreto», diciendo que lo universal o general es un basho, un «lugar discursivo», algo que no se puede contener a sí mismo y no significa nada por sí mismo. Lo general está compuesto por todos los particulares interrelacionados, y estos sólo se pueden entender precisamente por esta interrelación y como manifestaciones parciales de la generalidad. Según Nishida, hay diez basho (esferas de conocimiento, podríamos decir), que se contienen unos dentro de otros, siendo el basho más interno del círculo el más particular, y el más externo el más general; en el límite más externo entre lo menos particular y lo más general (la «Nada») se halla el Sujeto, el punto en el que se disocia el «Yo» de la «Nada», donde surge el Sí-mismo. En este punto, el «Yo Volitivo (el que se encuentra en el acto de percibir)» no se puede percibir a sí mismo, sino que sólo puede percibir al «Yo Pasivo», que es como una «fotografía» fija del «Yo» del pasado. Por tanto, el verdadero Sujeto, el Sí-mismo, únicamente se puede percibir como «Experiencia Pura», que es manifestación pura y simultánea del Sí-mismo y de la «Nada», sustancia primigenia neutral (como veremos). Es decir, según Nishida, al revés que Aristóteles, la sustancia es «aquello que siempre es Predicado pero nunca Sujeto».
En este punto, aunque evidentemente desde una perspectiva parcialmente contraria a la de Nishida, cabe citar parte de lo comentado por Wittgenstein en las últimas páginas de su Tractatus Logico-Philosophicus (6.4311-7): «La muerte no es un acontecimiento de la vida. No se vive la muerte. Si por eternidad se entiende, no una duración temporal infinita, sino intemporalidad, entonces vive eternamente quien vive el presente. (…) La solución del enigma de la vida en el espacio y el tiempo reside fuera del espacio y el tiempo. (…) Los hechos pertenecen todos sólo a la tarea, no a la solución. No cómo sea el mundo es lo místico sino que sea. (…) El sentimiento del mundo como todo limitado es lo místico. Respecto a una respuesta que no puede expresarse, tampoco cabe expresar la pregunta. El enigma no existe. Si una pregunta puede siquiera formularse, también puede responderse. El escepticismo no es irrebatible, sino manifiestamente absurdo, cuando quiere dudar allí donde no puede preguntarse. Porque sólo puede existir duda donde existe una pregunta, una pregunta sólo donde existe una respuesta, y ésta, sólo donde algo puede ser dicho. (…) La solución del problema de la vida se nota en la desaparición de ese problema. (¿No es esta la razón por la que personas que tras largas dudas llegaron a ver claro el sentido de la vida, no pudieran decir, entonces, en qué consistía tal sentido?). Lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico. (…) De lo que no se puede hablar hay que callar.»
Como se puede ver, Wittgenstein sigue pensando que más allá de lo que se puede conocer en este mundo hay «algo», el «Ser», y mantiene que ese «algo», «lo místico», es el qué y no el cómo. La visión de Nishida, a este respecto, como ya hemos visto, plantea que fuera (o debajo) del mundo no hay «nada» y que, efectivamente, podemos considerar que el qué es lo místico, sólo que ese qué se puede conocer a través del cómo, los «accidentes». Es decir, que si hay una solución a algún enigma, se encuentra en el mundo, no fuera. Pero, ¿realmente hay algo que preguntar? No se puede preguntar acerca de lo inexpresable, «de lo que no se puede hablar hay que callar.» La respuesta se encuentra en nosotros, es lo inefable, lo inexpresable, lo místico: la «Experiencia Pura» de nuestro «Ser». La «Experiencia Pura» es como «una puerta sin puerta»; lo que hay dentro y lo que hay fuera son lo misma cosa.
A través de estos conceptos, se plantean los fundamentos de una espiritualidad monista, que se puede experimentar a través de los accidentes de la materia, concibiendo que nosotros y nuestro mundo somos ese «algo» que se puede conocer, y que más allá no hay «nada». El «Ser Humano» es unitario: mente (o alma) y cuerpo son una misma cosa; el Ego es lo que nos confunde, adueñándose de la mente y haciéndonos creer que somos un Sujeto (mente) que observa un Objeto (cuerpo). La cuestión aquí es: ¿la sustancia primera y única que compone todo lo que hay en el universo es material o espiritual? Pues bien, en este punto la visión de Kitarō Nishida —basada en la de William James— plantearía que el sustrato primordial (primal stuff) del universo no es ni material ni espiritual, sino neutral; es una realidad que se conoce precisamente mediante la «Experiencia Pura» —o, mejor dicho, es la propia «Experiencia Pura»—, que se puede interpretar o manifestar como material o espiritual según sus relaciones.
Como dice Damien Ba’al en su libro Shit Happens (Implications of Physicalism in Satanic Philosophy): «No controlamos una mierda. Nuestro yo, es para cada uno de nosotros, lo más importante y el centro de nuestra realidad. Sin embargo, por muy real e importante que sea la experiencia subjetiva, es en gran medida una ilusión desde la perspectiva de la realidad objetiva. (…) Una filosofía moral que parte de la nada (porque no hay nada), es superior porque la experiencia de cada individuo puede convertirse en la base de la misma. A pesar del enfoque práctico, deberíamos valorar la experiencia de cada uno sin tener en cuenta lo que acaban siendo criterios arbitrarios, debido a que, en última instancia, todo se reduce al azar», entendiendo el «azar» como la causalidad universal o Karma.
Planteado el problema del conocimiento, podemos indagar más en él introduciendo la cuestión del Placer y el Dolor, que podemos empezar a analizar a su vez junto a la cuestión de la Satisfacción y la Felicidad, de lo que hablaré más adelante.
Para este análisis, tomaremos como punto de partida la visión de Schopenhauer acerca del mundo como Voluntad y Representación, que, como se podrá ver, hace un intento de asimilar o reinterpretar las filosofías de Asia —concretamente, el Budismo—, pero con una importante influencia Kantiana en la cuestión del conocimiento. Según Schopenhauer, la Voluntad (lo que existe, el Todo) se muestra por medio de Representaciones; es decir, que se muestra como Objeto al Sujeto que la percibe. Las Percepciones de los Objetos se dan mediante la Intuición (que requiere de la existencia del Espacio-Tiempo). Finalmente, estas Percepciones son procesadas por medio del Entendimiento, que es la capacidad de la Razón que permite relacionar las Representaciones; es decir, asociar Objeto y Percepción con Intuición y Entendimiento.
Según Schopenhauer, la única categoría de la Razón y, por tanto, del Entendimiento, es la Causalidad, que sería la única categoría pura de la Existencia. La Razón tiene sentido biológico, y su «función» es organizar y (dotarnos de la capacidad de) modificar/manejar el mundo. Mediante la Razón-Entendimiento, los humanos podemos captar mentalmente Representaciones abstractas (conceptos) y, por ello, pensar; es decir, que sería equivalente a la capacidad simbólica —como hemos visto, para Kitarō Nishida (y el Budismo), la causalidad, el espacio-tiempo y la dualidad Sujeto-Objeto son parte de la propia experiencia.
A partir de estos conceptos, Schopenhauer llega a la conclusión de que para cada Sujeto el mundo es una Representación subjetiva, donde se incluye el propio cuerpo, que también sería una representación subjetiva. Por tanto, el cuerpo es el medio por el que el Sujeto puede intuir la Voluntad (la realidad, el Todo), pues el mundo es Objeto para el Sujeto, cuyo cuerpo es parte del Objeto. La introspección es el método por el que el Sujeto puede intuir-percibir la Voluntad, pues todas las acciones orgánicas del cuerpo (incluyendo el pensamiento) son Voluntad hechas Objeto para la conciencia-mente del Sujeto. A partir de la percepción subjetiva de la Voluntad de Vivir, se extrapola al mundo externo. La Voluntad es un impulso ciego e irracional —no desea nada, pero genera deseo—, un eterno devenir, un esfuerzo infinito por sobrevivir —Voluntad de Vivir—, que en los seres vivos se manifiesta como el «objetivo» de Supervivencia de las Especies. Esta Voluntad de Vivir se manifiesta, por tanto, a través de la Razón, y así es como la percibimos.
La Voluntad de Vivir, manifestada en nuestro cuerpo y a través de la Razón, genera Deseo, que ocasiona satisfacción esporádica cuando es cumplido, pero que habitualmente sólo genera dolor y angustia por su constante insatisfacción; nunca se alcanza la satisfacción absoluta y duradera, pues para ello la Voluntad debería ser destruida, y eso es imposible. Como cada «ser» —cada Sujeto— es una manifestación-objetivación de la Voluntad de Vivir, todo intento de reafirmación de su existencia subjetiva genera dolor; la Voluntad se contradice a sí misma (Voluntad Tortuosa o Torturadora). A partir de estas reflexiones, Schopenhauer llega a la conclusión de que las únicas formas de aplacar el dolor son la contemplación del arte y el ascetismo.
Por medio de la teoría de Schopenhauer se reafirma que estamos ante un problema del Conocimiento, como señalaba Kitarō Nishida. La Razón-Entendimiento, en su afán por «ayudarnos» a sobrevivir, produce la ilusión de que el mundo puede clasificarse en «categorías» discretas, cuando en realidad el Universo es continuo. Schopenhauer, gracias a sus influencia Budistas, se acercó a la cuestión de la «Experiencia Pura» por medio de su «percepción subjetiva de la Voluntad de Vivir hecha Objeto (cuerpo)»; sin embargo, obviamente, sus bases filosóficas eran occidentales y no fue capaz de librarse de la dualidad conflictiva Sujeto-Objeto ni de la Causalidad.
En este punto, se habrá hecho evidente ya que mediante la «Experiencia Pura» se pueden percibir el propio cuerpo, la propia mente y los fenómenos del mundo; y, por tanto, se puede afirmar que la «Experiencia Pura» permite experimentar tanto la Felicidad como la Satisfacción. Pero, ¿en qué consisten realmente la Felicidad y la Satisfacción?
Partiremos de la Verdad de las Verdades: el Dolor Universal, entendido como un Sufrimiento Existencial causado por la insatisfacción del Deseo. El Budismo pone de manifiesto que todos los seres, sin excepción, sufren en la vida debido este eterno deseo de plenitud y de posesión. Sin embargo, la mayoría de los seres vivos, y en concreto, los seres humanos, nos vemos atrapados constantemente en un bucle Samshárico-Kármico, debido a nuestros pensamientos, sentimientos, acciones y palabras, dirigidos hacia nosotros o hacia los demás.
Sin contar con el Deseo de Nacer, la Ignorancia es la principal causa de sufrimiento en la vida. La Ignorancia (Indiferencia) se relaciona con el Apego (Deseo) y el Rechazo (Ira, Enfado, Miedo); y estos tres aspectos son los llamados Venenos de la Mente, que generan los Cinco Venenos del Alma (Celos, Orgullo, Ignorancia/Indiferencia, Apego, Ira/Miedo). Los Cinco Venenos del Alma, a su vez, generan las 84 000 Emociones Perturbadoras (cada una de ellas posee un método desarrollado y contrastado por los Budistas durante los últimos 2 500 años); y estas Emociones Perturbadoras, finalmente, generan un Karma (Causalidad Universal) individual o colectivo que nos ata al Samshara.
Pero, ¿Ignorancia hacia qué? Pues bien, el Budismo pone de manifiesto que existe una confusión total entre Deseo y Amor, y entre Felicidad y Satisfacción. El Deseo sólo busca la Satisfacción temporal de sí mismo, generando Apegos (posesión) hacia los objetos de la realidad (personas, cosas, etc); estos Apegos pueden estar basados en realidades o en fantasías, lo que generaría Expectativas. Cuando la Expectativa se cumple y se satisface el Deseo, tenemos una ilusión de «felicidad», y entonces pasamos a otra cosa. Pero si las Expectativas no se cumplen, entonces podemos desarrollar Rechazo hacia el objeto que previamente habíamos deseado, porque no podemos tenerlo o poseerlo.
Este mecanismo de Deseo, Apego y Rechazo que busca la constante Satisfacción es lo que alimenta al Ego, que es el que nos mantiene atados al bucle Samshárico-Kármico. Para generar este mecanismo de autoafirmación, como vimos antes, el Ego se sirve de la dualidad conflictiva formada entre el Sujeto Observador y el Objeto Observado, que causa ese Deseo de Satisfacción y/o Posesión. Desde la visión Budista, cuando se produce esta dualidad, no somos nosotros quienes poseemos al Objeto, sino que es el Objeto quién nos posee a nosotros creando una Fijación en nuestra mente. Como dijo Plutarco, «quien tiene muchos vicios, tiene muchos amos.»
El principal objetivo del Budismo es Liberar al Ser Humano de la jaula del Ego y, por tanto, del bucle Samshárico-Kármico. Para lograr esto, debe fortalecerse la Atención Plena, aprendiendo de este modo a «soltar» el objeto que nos produce fijación. La Atención Plena puede trabajarse de muchas formas, pero la más poderosa es la que se enfoca en uno mismo (su respiración, etc). Cuando el Sujeto se observa a Sí-mismo, se disuelve la dualidad conflictiva Sujeto-Objeto, y en este punto es cuando uno comienza a experimentar el Ser más allá del Tener. No somos lo que tenemos ni lo que hacemos, sino lo que sentimos, o, más bien, aquello que podemos encontrar en lo más profundo de nosotros mismos. En este estado se consigue la lucidez que nos permite discernir a través de los velos de la Ignorancia impuestos por el Ego (educación, imposiciones familiares y sociales, prejuicios, etc), ya que el Ego sólo se puede autoafirmar mediante esta dualidad y mediante la Fijación.
Al experimentar el Ser más allá del Tener, somos Libres para pensar, actuar, sentir y hablar. Al eliminar la Ignorancia, podemos actuar con Sabiduría, que consiste en una capacidad de discernimiento de la realidad sin juicios ni prejuicios, únicamente basándonos en la información de que disponemos acerca de las cosas. Al comprender nuestro estado existencial previo al Ego, eventualmente comprenderemos la Verdad de las Verdades: que todos los seres sufren, porque todos estamos atados al Samshara sin distinción. Aquí es donde aparece la Verdadera Compasión, que no tiene nada que ver con la pena o la lástima (que vienen del Ego), y que según el Dalai Lama, es «una calidez de corazón hacia los demás».
Al combinar la Verdadera Compasión con la Sabiduría, al comenzar a experimentar el Ser más allá del Tener, el practicante empieza a Liberarse y a discernir la Verdadera Naturaleza de la Mente, lo que habitualmente se denomina Budeidad, Realización o Iluminación.
Quien experimenta la Verdadera Compasión y la Sabiduría, deseando Liberarse y Auto-Iluminarse para beneficiarse a Sí-mismo y a todos los seres sin excepción, se dice que experimenta la Bodhichita; y quien busca la Budeidad experimentando la Bodhichita se denomina Bodhisattva. Por tanto, en términos Budistas, quien sigue el camino hacia la Budeidad puede llegar a desarrollar un Amor Genuino que conduce a la Felicidad, como una Plenitud o Realización en la que el Ego no nos domina y, por tanto, no nos ata al Samshara.
No debe confundirse la Filosofía Budista con «poner la otra mejilla», ya que el Budismo no da ningún valor a la Culpa ni a la Venganza, sino que impulsa la adopción de la Responsabilidad y/o la Co-Responsabilidad sanas. La Culpa y la Venganza no son más que otras herramientas del Ego para mantenernos atados al Samshara, entendido como un conjunto de Causas y Efectos que nos producen Sufrimiento. Mediante la Responsabilidad, el Budismo insta al progreso personal y a respetarse a uno mismo y a los demás seres, sin atarnos al pasado o al futuro, sino prestando atención al presente.
Habiendo dado unas pinceladas a la cuestión de la Felicidad y la Satisfacción, y habiendo esbozado un poco qué podría ser la Auto-Iluminación, nos introduciremos ahora en el camino que nos llevará finalmente a definir la Auto-Deificación; y para ello, hay que hablar nuevamente del Sujeto, y de la relación entre Placer-Dolor y Felicidad.
Reflexionando sobre el Sujeto y la Identidad, podemos concluir que Descartes se equivocaba al afirmar «cogito ergo sum», pues el pensamiento no es la propiedad esencial del «ser». Schopenhauer intuyó la respuesta a este dilema, seguido por Nietzsche, Heidegger y la ciencia moderna, pero como hemos visto fueron los Budistas quienes la plasmaron en su religión. Si hubiera que designar una propiedad esencial del «ser», esta no sería el pensamiento sino la percepción que nos lleva a la «Experiencia Pura». Esta «percepción» debe entenderse como el mero acto de los sentidos (sentio) y no como un proceso cognitivo (percipere). Es decir, que una afirmación más acertada sería: «sentio ergo sum», pues se puede percibir (experimentar) sin pensar, pero no al revés; de hecho, el pensamiento es una consecuencia de previas percepciones.
Por otra parte, se deduce que las asimilaciones orgánicas básicas son los elementos que conforman la «Identidad Individual», el Sí-mismo, el Sentio, pues esta es la «Identidad Primera o Genuina», la que surge de la autopercepción, la percepción del entorno, y conecta el cuerpo subjetivo con la Voluntad. Es decir, que Individuo (no Sujeto) sólo es quien experimenta el «Ser» más allá del «Tener» y del «Hacer». Y sólo después, al dirigir la Voluntad Individual hacia fuera, podemos decir que el Sujeto es un «Hacer»; no es más que la «Identidad Genuina» performada por el cuerpo del Sentio, para que otros Sentios la puedan percibir o para producir cambios en el mundo.
Esta cuestión del Sentio, del «Ser» y del «Hacer» nos lleva a reflexiones Heideggerianas y acerca de la metafísica de la sustancia, como diría Nietzsche. Según Heidegger, la cuestión fundamental que debe abordar la filosofía es la del «Ser», y plantea que los filósofos típicamente han oscurecido este asunto al tratar al «Ser» como si fuera un Ente (cosa, Objeto, Sujeto). Los estudios de los Entes serían llamados Ónticos, mientras que los verdaderos estudios del «Ser» serían los Ontológicos; y afirma que todos los estudios Ontológicos realizados hasta la fecha en occidente son en realidad Ónticos (esencialistas), como hemos visto que expresa Kitarō Nishida. Según Heidegger, un verdadero estudio Ontológico debe realizarse mediante una Analítica Existencial del «Ser»; es decir, a través del estudio del «Ser Humano», que es quien puede preguntarse por el «Ser», interpretarlo y encontrar respuestas (si pueden darse).
Heidegger llama Dasein al «Ser Humano», un «ser que es ahí» (genuino) en el mundo físico y en un tiempo determinado, y lo distingue de los Entes, que sólo «están ahí» (ilusionados por el Ego), en el mundo, pero siembre «son» lo mismo y no tienen la posibilidad de elegir lo que quieren «ser». El Dasein es una Posibilidad, una Potencia, un «poder ser», y tiene la capacidad de poder elegir lo que quiere llegar a «ser»; es decir, que el «Ser Humano» es un Proyecto de Vida, que es indefinido e inconcluso hasta que llega la Muerte. El Dasein puede elegir desplegar sus posibilidades (Voluntad Individual) en el mundo —donde ha sido arrojado sin poder elegir si quería existir—, pero esto sólo puede llevarse a cabo después de haber comprendido su condición de «ser para la muerte» (Vacuidad, Transitoriedad). La Muerte es la certeza de que todas las posibilidades vitales van a Terminar.
La Disposición Afectiva del Dasein —cómo se siente en el mundo— es su principal herramienta para preguntarse sobre la existencia y por el «Ser». Al preguntarse por su existencia, al comprender que es un «ser hecho para la muerte», el Dasein siente angustia, y esta es la que le impulsa a desplegar todas sus posibilidades para poder llevar una Existencia Auténtica (Genuina). En contraposición, las personas que renuncian a sus posibilidades de elección —de «ser», de pensar, de actuar— y se dejan determinar externamente por el Pensamiento Único (el de la masa), llevarían una Existencia Inauténtica, perdiéndose en la multitud y solamente «estando ahí», pero no «siendo ahí»; perdidos en el Samshara.
Es decir, que el Dasein Heideggeriano y el Si-mismo Nietzscheano son Sentios que perciben (sienten) el mundo y a sí mismos, y que performan su Proyecto de Vida indefinidamente hasta la Muerte. Anclarse en cualquier esencialismo es absurdo. Decir que «yo soy tal» o «yo soy cual», o que «yo me comporto de tal manera porque soy así», no son más que ilusiones y autoengaños del Ego. Una persona, un Individuo siempre «es en potencia», siempre «es un hacer», y nunca «es» lo que fue ni será lo que «es». Desde una perspectiva Budista, se hace hincapié en que los estados mentales y emocionales —las ilusiones de «yo soy tal o cual»— no son más que fenómenos que se dan en la mente; es decir, que son transitorios, pero producen una Fijación. Y por otro lado, se afirma que el Pasado y el Futuro no existen; sólo existe el presente. Es decir, que, en lenguaje Nietzscheano y Heideggeriano, debemos asumir que «Dios ha muerto»; está en manos de cada persona Autosuperarse constantemente durante el proceso de performar su Proyecto Vital, preguntándose por su existencia subjetiva y llevando así una Existencia Auténtica, y no perdiéndose en la multitud al dejarse engañar por el Pensamiento Único de la masa.
Por último, como he anticipado, queda analizar la cuestión del Placer y el Dolor. Para ello he recurrido a la Lógica, aunque no a la Lógica Aristotélica como Nishida, sino a la Lógica Formal (Russell, Wittgenstein, etc). En la Lógica Formal se considera que las proposiciones son representaciones figurativas de la realidad; o sea, desde la visión de Wittgenstein, las proposiciones expresan «estados de cosas» o «hechos», pero por sí mismas no significan nada. Por tanto, la única forma de saber si el contenido de una proposición es verdadero o falso es que los «estados de cosas» estén demostrados empíricamente en el mundo real. De modo que lo único que he hecho ha sido rellenar una Tabla de Verdad en la que he ido comprobando la verdad (1) o falsedad (0) de las proposiciones, llegando así a unas conclusiones lógicas (lingüísticas, de razonamiento). A continuación, presento la tabla:
Esto es, siendo «p = placer» y «q = dolor», y «(p ∧ q) = Éxtasis (Satisfacción)» y «(¬ p ∧ ¬ q) = Estasis (Felicidad)»:
«(p ∧ q) → (¬ p ∧ ¬ q)»: «la existencia de placer y dolor implica la existencia de no-placer y no-dolor»: es verdadera cuando ambas afirmaciones son falsas o cuando la segunda es verdadera y la primera es falsa; es decir, la no-existencia de la primera implica necesariamente la existencia de la segunda; es una indeterminación.
«(p ∧ q) ↔ (¬ p ∧ ¬ q)»: «la existencia de placer y dolor co-implica necesariamente la existencia de no-placer y no-dolor»: sólo es verdadera cuando ambas son falsas; la existencia de una no co-implica la existencia de la otra, pero la no-existencia de una implica necesariamente la no-existencia de la otra; es una indeterminación.
«(p ∧ q) ∧ (¬ p ∧ ¬ q)»: «el placer y el dolor pueden existir a la vez que el no-placer y el no-dolor»: en ningún caso pueden existir ambas a la vez; es una contradicción.
«(p ∧ q) ∨ (¬ p ∧ ¬ q)»: «pueden existir el placer y el dolor o el no-placer y el no-dolor»: sólo es verdadera cuando ambas son verdaderas o cuando ambas son falsas; es decir, cuando ambas opciones existen, puede darse una o la otra, y cuando no existen, no puede darse ninguna; es una indeterminación.
A través de estos resultados, lo que se observa es que efectivamente puede haber Placer y Dolor al mismo tiempo (hablamos de sensaciones físicas). Y en contraposición, puede haber no-placer y no-dolor a la vez. Sin embargo, no pueden darse el Éxtasis (Satisfacción) y el Estasis (Felicidad) a la vez, lo cual tiene todo el sentido del mundo; como he explicado antes, la Felicidad surge del Amor Genuino —que sólo se puede desarrollar mediante un estado de Calma Mental (Shamata-Shiné) que permita la «Experiencia Pura» del Sí-mismo—, mientras que la Satisfacción (Placer-Dolor) se da mediante otro tipo de experiencias sensoriales en las que está implicado el Deseo. Sin embargo, se hace evidente que la relación entre Éxtasis y Estasis se da por dos vías diferentes: como Relación Interna y como Relación Sensorial. Al hablar de Relación Interna, me refiero a la contradicción lógica «(p ∧ q) ∧ (¬ p ∧ ¬ q)», que contiene la paradoja de que los extremos «(p ∧ q)» y «(¬ p ∧ ¬ q)» son verdaderos, formando así un círculo lógicamente imposible. Es decir, que mediante la lógica no se puede expresar la relación «Éxtasis (Satisfacción) ∧ Estasis (Felicidad)», a no ser que buscáramos terceros nexos formales (externos) que de algún modo la hicieran cierta. Es decir, que la relación causal entre los fenómenos es interna y el mundo unitario-objetivo se vuelve paradójico y contradictorio con la multiplicidad-subjetividad, como decía Nishida. Por otra parte, con la Relación Sensorial me refiero a que, como ya he mencionado antes, la «Experiencia Pura» permite experimentar tanto la Felicidad como la Satisfacción.
De este modo, podemos distinguir diciendo que la Felicidad se puede experimentar mediante la «Experiencia Pura» de la mente y su procesos, si y sólo si estos implican el «no-placer» y/o el «no-dolor»; mientras que la Satisfacción se puede experimentar mediante la «Experiencia Pura» de la mente y/o el cuerpo y sus procesos respectivos, si y sólo si estos implican el «placer» y/o el «dolor».
La relación «Éxtasis (Satisfacción) ∧ Estasis (Felicidad)» no puede expresarse lógicamente resultando en una tautología (una Ley Lógica), ya que para ello debería ser siempre verdadera. Sin embargo, en el mundo físico el círculo está cerrado, y aunque no puedan darse Satisfacción y Felicidad simultáneamente —porque son «extremos» del mismo—, esto no quiere decir que esta relación de simultaneidad no pueda darse en «Amor y Deseo», que son sus causas respectivas, o en «Placer y no-Dolor» o «no-Placer y Dolor»; es decir, los componentes que conforman los extremos se pueden entrelazar individualmente.
Por otro lado, para que no haya malinterpretaciones, quizás cabe destacar que aquí estamos hablando de procesos; es decir, que dentro de un estado vital general de Felicidad, puede darse el proceso de la Satisfacción; pero no al revés, puesto que la satisfacción en esencia y por definición es temporal, mientras que en cierto modo la Felicidad es una constante con intensidad gradual, ya que nace de la propia «Naturaleza de la Mente». Aquello que llamamos «Infelicidad» tiene más que ver con la Insatisfacción y con los procesos del Ego (Egoísmo y Egocentrismo).
La «Experiencia Pura» de la mente y el cuerpo nos lleva al Autoconocimiento, pero únicamente la «Experiencia Pura» de la mente sin perturbaciones sensoriales nos puede llevar a experimentar nuestro propio «Ser» más allá del «Tener» y del «Hacer», reconocer nuestro Sí-mismo o «Identidad Genuina», ser Individuos realizados; en cierto modo, «del camello al león, y del león al niño»; es decir, esto es lo que podemos denominar Auto-Iluminación.
Finalmente, como ya he bosquejado antes, sólo después de experimentar el «Ser», el Individuo puede empezar a «Hacer»; proyectar su Voluntad desde Sí-mismo hacia sí mismo o hacia el mundo para provocar cambios que le permitan tomar el control sobre su vida y encaminarse hacia sus Aspiraciones (no objetivos, pues estos producen dualidad y, por tanto, Fijación), convirtiéndose así en su propio Dios; esto es lo que podemos llamar Auto-Deificación.
Como declara Damien Ba’al (Ibid.), el Sendero Siniestro «es el conocimiento de que existe una ilusión. También consiste en crear estos atributos acerca de la vida y la existencia por nuestra propia cuenta. Si el tópico de la Auto-Deificación tiene algún sentido (y en su mayor parte es estupidez mal entendida y mal aplicada) es el de crear estos atributos.»
Según el Budismo, todos los seres sin excepción están sujetos al Samshara, incluidos los Dioses; es decir, que todos los seres deben pasar por el proceso de Iluminación. Un «Ser» Iluminado puede manifestarse en el mundo como un Dios, pero un Dios no tiene por qué ser necesariamente un «Ser» Iluminado. Es necesario, por tanto, hacer esta distinción y llevarla a la práctica debidamente. Lo adecuado sería trabajar primero la Auto-Iluminación, deconstruyendo el Ego e integrando la Sombra, y posteriormente trabajar en la proyección de la Voluntad, o sea, la Auto-Deificación. Se pueden trabajar paralelamente; sin embargo, habría que tener cuidado de no alimentar al Ego mediante una experiencia distorsionada o indirecta; es decir, que debe tenerse claro cuándo se va a trabajar con el Sí-mismo y cuándo con la Voluntad, y para qué se hace cada cosa; y por supuesto, siempre tratando de tener una «Experiencia Pura». Si trabajas una supuesta Auto-Deificación sin deconstruirte, básicamente lo único que vas a conseguir es fortalecer tu Ego —y así les va a algunos practicantes «Siniestros», que van por la vida con aires de grandeza sin haber entendido nada.
Dicho esto, la única filosofía de vida que puede permitir llevar a cabo la Auto-Iluminación y la Auto-Deificación de este modo es aquella que mediante la «Experiencia Pura», por un lado, promueve la contemplación directa o intelectual del mundo de forma no productiva y, por otro lado, un hedonismo no nihilista, manteniendo un balance perfecto entre ambas facetas gracias al entrenamiento de la Atención Plena, la Calma Mental y la Visión Clara; y esto es precisamente lo que defiendo con el Lillaismo.
Para acabar, una reflexión. Si somos humanos, ¿para qué queremos ser Dioses? ¿Acaso un «Ser Humano» en todo su potencial no es más que un Dios? ¿Un «Ser Humano» Auto-Iluminado no podría manifestarse como quisiera en el mundo, ya sea como un Dios, como un Übermensch o como cualquier cosa imaginable?
Recordad, cuando os estéis comiendo una manzana, pensad en cómo es y no en qué es.