De sacerdotes y brujos

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«La magia no se liberará del ocultismo hasta que hayamos ahorcado al último astrólogo con las tripas del último maestro espiritual».

Frase atribuida a Peter J. Carroll

Friedrich Nietzsche en su obra El Anticristo expone los preceptos e idas básicas que darían cabida a su crítica moral contra la religión y, especialmente, contra el cristianismo y su moral de la redención, el perdón y el amor al prójimo. Para el filosofó, la existencia de esta moral religiosa era un signo de la decadencia moral en la que se encontraba la sociedad de su época. Lo importante de su filosofía es el concepto de decadente, que era concebido como aquello que iba contra el principio activo de la vida misma, contra el hecho de amar a la vida, de aceptar nuestras pasiones, deseos y anhelos.

La moral cristiana, por tanto, era decadente porque era enemiga de la vida. Negaba el placer, enaltecía el dolor y sufrimiento innecesaria en pos de una verdad superior, que era Dios. Pero esa moral no surgía de la nada, sino que venía de la mano de una figura de vital importancia: el sacerdote. Para Nietzsche el sacerdote era la personificación de la decadencia, y el más acérrimo enemigo del hombre. El sacerdote, según el autor, es un impotente. El sacerdote amedrenta la mente de los hombres con amenazas de ultratumba y castigos divinos. La contradicción de Nietzsche estriba en la idea de como un ser impotente, como es el sacerdote, puede dominar y doblegar al hombre poderoso. Nosotros respondemos: por el miedo, el miedo a lo sobrenatural, el miedo al fuego eterno, el miedo al castigo divino en vida o en muerte. El miedo a desobedecer a un Dios furioso e iracundo que amenaza con castigos eternos a aquellos que no lo amen, le adoren y le obedezcan. Así es como el sacerdote ha conseguido sobreponerse al hombre poderoso, porque cuando la ignorancia es amplia, la idea de un castigo sin fin causa el mayor de los tormentos.

Por suerte, con la llegada del pensamiento racional, las voces contra estos sacerdotes fueron creciendo y aumentando en calidad. Muchos intelectuales y filósofos (entre los que podemos destacar al propio Nietzsche, a Marx, Feuerbach entre otros) atacaron con ferocidad al cristianismo, a los principios de la religión y a sus acciones. Desterraron el miedo a un rincón oscuro, un lugar apartado y anecdótico donde solo podría surgir como un chiste, como una expresión del romanticismo, como novela o recuerdo de lo que otrora fuera. Nunca más recuperaría su poder.

Sin embargo, en la actualidad, hemos sido testigos del surgimiento de lo que muchos sociólogos denominan como “nueva era” o “nuevos movimientos religiosos”. Este concepto hace referencia a una idea que los estudiosos de la religión vienen reiterando desde hace años: el deterioro de las religiones tradicionaes y el auge de nuevas formas religiosoas, nuevas cosmovisiones. La ampliación en el campo de las creencias. El judaísmo, el cristianismo o el islam ya no son capaces de dar respuestas a las nuevas preguntas e interrogantes, en cambio, surgen nuevas religiones que si dan respuesta a las nuevas necesidades. Religiones que, por cierto, nada tienen de nuevo. Son el neopaganismo, reinvenciones de lo antiguo adaptada a la moral hegemónica de ahora.

De entre todos esos nuevos movimientos religiosos ha surgido una corriente que se auto reivindica como heredera de la brujería. Nos referimos a la Wicca, y a todo su universo cosmológico. De entre las ruinas de una antigua religión, han vuelto a surgir las figuras de brujos y brujas, magos y magas, hechiceros y hechiceras, herederos de conocimientos arcanos y antiguos, de tradiciones y ritos olvidados y perseguidos.

Sin embargo, de entre todos ellos, se ha destacado especialmente, un grupo de “mujeres brujas” (así mismas se han definido) que, utilizando sus supuestos poderes, son capaces de invocar a entidades cuasi divinas, dirigir maldiciones y hacer caer en la ruina a quien se proponga. Claro que, muchas veces, solo se queda en un hecho anecdótico, porque quien suele sufrir su ira no le ocurre nada, nada que no le pudiera ocurrir a cualquiera.

Y es que este tipo de fenómeno está en constante crecimiento gracias a Internet y a las redes sociales, que se han convertido en una herramienta para dar voz a ciertos elementos. Hace no mucho, surgió por TikTok una polémica. Un joven que iba pidiendo que lo maldijeran, una “comunidad” de brujas le lanzó miles de maldiciones y, pasado el tiempo, al chico no le pasó nada. Argumentaron que se trataba de nada más y nada menos que de un vampiro porque, ¿cómo sino no le iba a afectar nuestras maldiciones?

Más allá de lo cómico del caso, resulta curioso como esta, intuimos, minoría, de personas que dicen poseer poderes, invocar entidades y otras cosas típicas del chamanismo del principio de los tiempos está causando revuelo. No digo que toda la comunidad Wiccana tenga que ser así, no obstante, que supuestas personas que dicen se magos o brujas que poseen poderes, amenacen con maldiciones y otras supersticiones no deja de parecerme similar a la figura del sacerdote nietzscheano. Un grupo de personas impotentes por sí mismos y que solo consiguen poder con la amenaza de castigos sobrenaturales.

Es difícil que en los tiempos en los que vivimos el sacerdote-brujo vuelva a ocupar esa posición de poder ya que, como expresó Max Weber, la legitimidad de nuestros tiempos se sustenta en la concepción de lo legal-racional, no en una autoridad tradicional basada en la jerarquía y donde el poder venía de Dios (o sustitúyase por otro tipo de divinidad, entidad, fuerza o lo que quiera, tipo metafísico). Más allá, este tipo de acciones, a mi parecer, quedaran como algo anecdótico, al borde de la marginalidad, pues ya casi nadie se alza con voz tenebrosa amenazante de castigos divinos, maldiciones, persecuciones de demonios u otros fantasmas. Nos reímos de ellos y de su ignorancia. Pues el que se deja llevar por este tipo de creencias es más proclive a ser manipulado por ideas de sufrimientos y castigos que escapan a su comprensión sin darse cuenta que, el miedo, siempre el miedo acompañado de la ignorancia, es la que nos ata y domina.

Que Satán nos libré de la superstición. Como satanista que soy, reivindico en su figura la búsqueda del conocimiento y la libertad, la ruptura contra las normas morales que nos oprimen, que nos niega la vida y su goce. En Satán encuentro esa fuerza interna que busca burlarse de los crédulos, que desea con fervor ver caer el imperio de la ignorancia y la superstición. Satán, nuestro mejor amigo, es el que nos dice “no te lo creas”, indaga por ti mismo. Como arquetipo de la libertad, también es arquetipo de la destrucción, pues el proceso de liberación personal conlleva, necesariamente, una ruptura con las creencias e ideas anteriormente establecidas. Que Satán nos libre de aquellos que, en su nombre, siguen enviando supuestos maldiciones, pues ellos siguen siendo esclavos de su propia ignorancia.

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