Por Dark Vadrag
Virginia se arrodilló ante la gran cruz de madera tal y como lo hacía todos los domingos después de dar por finalizado el servicio religioso.
El padre Theo le observaba desde una distancia prudencial mientras ella comenzaba su ritual post liturgia. Sus movimientos serpenteantes acompañados de suaves gemidos y leves espasmos generaban un generoso flujo sanguíneo en el miembro de aquel siervo. No era la primera vez que disfrutaba de aquella herejía, pero este domingo era diferente… su brutal erección nubló completamente su razón y le obligó a dar un paso más.
Lenta y nerviosamente se acercó a espaldas de aquella ninfa oscura y sus manos se posaron en la piel pálida y sudorosa por tanta excitación. La fuerte conexión hizo estallar una bomba de deseo y perversión que la pequeña pecadora ansiaba desde la primera vez que sus ojos se fijaron en aquel cordero de Dios.
Las fuertes manos recorrieron lentamente su cuello y espalda ofreciendo un calor intenso que se extendía por toda su pequeña y deseosa humanidad incrementando las pulsaciones y acrecentando aun mas los mórbidos y ardientes pensamientos.
Deseosa que nunca acabase esta comunión y mientras sus pechos encontraban placer en pequeños y acertados pinchazo, sus dedos jugaban suavemente con su ahora ardiente y dilatado clítoris.
A sabiendas que la pequeña diablilla podría alcanzar una cima de placer mas alta, sus hermosas manos le ofrecieron una pequeña joya preparada para la ocasión. Un brillante y cónico artilugio rebosante de lubricante, que Theo, versado en estos temas por tantas noches de lecturas profanas, introdujo lentamente por su recto palpitante de excitación. De un respingo su cabeza giró y su boca encontró esa enorme verga erecta, Theo usó la ostia consagrada que guardaba del servicio y dejó que ella comulgase hasta el fondo de su garganta. Luego de varias embestidas y de ahogarle haciéndole tragar hasta el último palmo de toda su envergadura, le ató a la cruz.
Aquel símbolo que tantas noches había escuchado sus secretos, confesiones y plegarias, esa que adoraba desde sus primeros pasos en el camino santo, aquel trozo de madera que representaba todo en lo que El creía y alrededor de lo que giraba toda su vida.
Luego de sujetarla firmemente sus manos azotaron y enrojecieron las blancas nalgas de Virginia, sus dedos pellizcaban y amorataban la piel que palpitaba a cada contacto, la cera caliente de los sagrados cirios dibujaban deliciosamente sobre cada pálido trozo de piel como si de un lienzo en blanco se tratase y cada gemido de dolor y excitación era respondido con un azote genital seguido de una corta y sucia frase que generaba un fino, constante y caliente flujo que lubricaba cada vez más el enrojecido coño de Virginia.
El ritual se extendió un largo y lujurioso espacio de tiempo. Una ceremonia perversa y llena de fluidos, gemidos y blasfemias que llenaron de oscuridad aquel recinto sagrado que mantendría en secreto y oculto a los beatos la verdadera naturaleza del ser humano.