Nosotros, los hijos de la Oscuridad

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Decía Marx que la religión es el opio del pueblo. Y lo decía con un motivo: la religión como sistema evasivo de la vida material, de la vida carnal. Aceptamos el estatus de sufrimiento y penuria de este mundo, lo legitimamos como algo natural – mientras otros se comen el pastel – y nos vemos rodeados de riquezas y gloria en un posible más allá. Ahí está el carácter alienante de la religión, que permite aceptar como natural la miseria humana.

Si aceptamos esta definición de religión, desde luego que el satanismo – y en general, el Sendero Siniestro – no se parece nada a esa religión. Nosotros somos hijos de la oscuridad, herederos de las tinieblas. Nos adentramos en lo más profundo de nuestro ser para contemplar el Abismo y adquirir su conocimiento. Es la exploración interior, donde nos encontramos con la seidad, con nuestro yo.

No nos embalsamamos en supuestas vidas del más allá. Vivimos el presente, el aquí y el ahora. Nos deleitamos en la vida carnal, aceptamos nuestra naturaleza, conocemos nuestra sombra y la integramos. Somos conscientes de aquellos aspectos sociales que nos condicionan y nos imponen que camino elegir. Rompemos sus grilletes y gritamos en nombre de nuestra libertad, libertad para ser, libertad para elegir quien quieres ser, libertad para vivir.

El camino de la oscuridad es un sendero repleto de barreras. La primera de ella solemos ser nosotros mismos con nuestros prejuicios, ideas preconcebidas, generalizaciones vagas y miedos interiores que nos cohíben y encarcelan. Quebrantar estas barreras supone el primer paso hacía el descondicionamiento de nuestro ser. Así, al indagar en la oscuridad de la seidad, adquirimos conciencia de tales aspectos negativos de nosotros mismos, y nos encaminamos a trabajar dichos aspectos. Aquí comienza el proceso de autodeificación.

La autodeificación no es un proceso que se inicia por la mera voluntad de “ser”; más bien, llegamos a ella tras un trabajo interior, un trabajo de quebrantamiento, ruptura y creación de nuevos códigos éticos y morales, de nuevas visiones y perspectivas de vida y futuro, de aquello que somos y queremos ser, de nuestros gustos, actitudes ante la vida en general y todos los aspectos tanto individuales como colectivos que nos repercuten. Y la mayoría de veces esté camino está lleno de trabas, piedras y, por qué no decirlo, de buenas hostias que nos escuecen. Estas son las más gratificantes. Y no es que yo sea masoquista, sino que ese dolor que nos aflige, ese que pica, es el más satisfactorio cuando consigues llevar a cabo tu voluntad.

Asimismo, dicho camino es individual. Y lo es por una sencilla razón: nadie más que tú mismo te conoce mejor. Cualquier intento de establecer un significado a las cosas que nos ocurren, o porque hacemos lo que hacemos que venga impuesto desde fuera puede ser una falsificación. Si bien es cierto, esto no es siempre del todo así. Hay veces que una perspectiva de fuera nos puede abrir los ojos cuando estamos bloqueados por algún motivo particular. Ayuda, es cierto, pero a partir de ahí el camino es solo tuyo. En ti recae la responsabilidad y la acción de recorrer ese camino. Puedes encontrarte con compañeros con los que compartir vivencias y experiencias, pero nadie puede andar por ti. La voluntad, al final, son nuestros pies recorriendo el sendero que es la Oscuridad.

Para este viaje utilizamos muchas cosas, entre ellas, la fantasía, la mitología, la ritualística y todo lo que tiene que ver con el simbolismo y lo oculto. La magia es el conjunto de todas estas cosas y el acto de andar en sí mismo. Podemos utilizar diferentes panteones, fantásticos o “reales”, eso depende de la elección individual. Generalmente un sistema de creencias que no sea ortodoxo (en el sentido de creer ciegamente en él) suele ser más ventajoso, especialmente cuando la situación requiere un cambio de creencia o de panteón.

Los que nos identificamos con estas figuras de oscuridad sentimos que ellas nos enseñan las cosas que, generalmente, la luz no suele hacer. La oscuridad es tu mejor aliada, recuerda, porque ella te enseñará cosas que no querrás ver, cosas que no reconocerás como tal, cosas que realmente te dolerán. Esas son las mejores compañías. Por ello, nosotros nos identificamos como sus hijos. Somos aquellos que miramos al Abismo porque no tenemos miedo de que el Abismo nos devuelva la mirada. Es más, deseamos esa oscura mirada. En ella nos encontramos a nosotros mismos, en ella vemos nuestros deseos, sueños, y anhelos más profundos.

Como dijo Carl G. Jung: “uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz, sino haciendo consciente la oscuridad… lo que no se hace consciente se manifiesta en nuestras vidas como destino”.

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