Es fácil, en una senda como la nuestra donde la soberanía individual y la libertad radical ejercen su primado desde los inicios, que esta invaluable libertad sea malentendida y mal empleada. Es fácil porque en la Mano Izquierda no aceptamos maestros ni dioses por encima de la voluntad personal, como base de partida. Digo que es sencillo debido a que recientemente me hallaba comentando con unos compañeros de camino el complicado caso de una persona que tenía una fuerte drogodependencia y que, debido a ello, sufría un desequilibrio fundamental en muchos aspectos de su vida, tanto a nivel emocional, mental y existencial. Mis compañeros me decían “¿y qué le dices? está ejerciendo su libertad”. Pero, ¿es esto realmente así?
Siento que no es posible entender la libertad que nos brinda la Senda de la Oscuridad sin entender previamente un par de cosas fundamentales. Para ello siento que es necesario repasar el mito y el símbolo de nuestra tradición y entender qué objetivo tienen las fuerzas de la Oscuridad, pues son ellas las que nos hablan de sí mismas a través de los arquetipos mitológicos.
Empecemos volviendo nuestra vista a Lucifer, el único de todos los ángeles que podía caminar en la misma presencia de dios sin ser obliterado por la potencia de su divinidad. Es necesario sentir en nuestra carne la parábola descendente que dibujó su cuerpo a través de las estrellas en la caída, sentir su vértigo, su carne deshaciéndose por el golpe del aire. Un símbolo, un mito, que nos identifica a todos los que caímos desde la gracia. Y es ahí, en la caída tras una lucha contra lo divino en la que los cuerpos astrales fueron destruidos, en el punto más bajo de la miseria, la derrota y la pérdida, que el Adversario, como un heraldo miltoniano, llama a sus compatriotas a alzarse. Es verdad que han perdido el cielo, pero el universo y los infiernos serán su nuevo paraíso.
Hay en estas voces que saltan del mito como ecos metafísicos, una llamada al vitalismo que inunda nuestros huesos y nos llama a más, a seguir presentando batalla con la dignidad de nuestras vidas.
No es posible seguir el Sendero de la Oscuridad y la Mano Izquierda sin un profundo amor por la vida. Esto debe de quedar escrito en piedra. Pero, ¿qué significa amar la vida? El Espíritu Adversario, en los mitos, es aquel que trae el sufrimiento, la decadencia, la locura, la enfermedad y la muerte a la existencia: lo importante en esto es entender la razón. Estas miserias son desatadas sobre el cosmos no por un odio visceral, como muchos creen, sino por un amor profundo a la excelencia de la conciencia. Sin estas miserias, sin el sufrimiento y la muerte, la estasis de la eternidad divina no podría ser destruida, y el devenir de las individualidades hacia su propia divinidad autoconsciente no podría comenzar.
Hay un amor profundo por el devenir de cada conciencia individual a la excelencia de su propia divinidad en los actos de la Oscuridad, pues ella entiende que es a través de la existencia que definimos y revelamos lo que somos. Lo repetiré: es a través de la existencia que definimos y revelamos lo que somos. Es en los momentos en que somos enfrentados cara a cara con los aspectos más terribles del universo que tenemos la
posibilidad de crear un valor capaz de doblegar a todos los elementos del cosmos. Caímos para ser los dioses del Pandemonium, no sus víctimas.
Cuando uno es encarado con los demonios y miserias de su profanidad, ceder ciegamente ante ellos no demuestra ni define un carácter adversario. Al contrario, muestra una debilidad ciega y animal, incapaz de regirse ni siquiera a sí misma. Amar la vida no significa, en ese sentido, consentir ciegamente a todo impulso.
No estoy hablando aquí de represión, en absoluto. Yo soy el primero que hace magia sexual porque es martes, bebo porque es miércoles y todas las mañanas me parecen el espacio propicio a una asamblea erótico-festiva. Pero yo soy quien domina en todos esos aspectos. Mi individualidad prima sobre mis impulsos y, en la búsqueda de la excelencia, no permito que nada me domine de vuelta.
Nadie dice, evidentemente, que quien quiera autodestruirse no pueda hacerlo. Pero lo que no podrá negar es que su acto define quien es y nos revela a los demás la realidad de su esencia: en la miseria de su profanidad hallará la sed de la muerte cuando la tumba y la tierra le abracen finalmente.
Amar la vida es entender que hemos asesinado a dios en nosotros para que algo mejor que dios aparezca en su lugar, es entender que estamos obligados a demostrar a los seguidores de la Mano Derecha que se equivocan cuando afirman que sólo lo divino nos separa de la destrucción y el desastre. No necesitamos dios ni maestro porque primeramente y, ante todo, somos capaces de hacernos totalmente responsables de nuestra soberanía individual y conducir nuestra existencia con dignidad.
No se puede caminar la senda de la Oscuridad sin amar la vida, una vida digna de la inmortalidad y la eternidad que, si fuera a repetirse mil veces, mil veces fuera el signo de su propia dignidad. Los que sabemos amamos así nuestra existencia, de verdad, y queremos más, más de todo, más de ella.
Sin ese amor profundo, sin ese objetivo teleológico hacia el cumplimiento del Espíritu Adversario en nosotros en el ardor de nuestra Apoteosis, nuestra libertad no difiere en absoluto de la libertad de un animal, un subser o un suicida.
Ego dixit.