Por: Sitri Deimos
En 1952, un ingeniero emprendió un proyecto por el cual reprodujo diferentes filmaciones en vídeo de personas a documentos audiofónicos. Su última transcripción sonora, previa a quitarse la vida, fue la de un ex soldado de la Segunda Guerra Mundial que padecía Síndrome Traumático Patológico (posteriormente, “Trastorno de Estrés Postraumático”). Nunca se encontraron las filmaciones ni las trascripciones acústicas, pero sí un cuaderno de registro de trabajo. La última anotación inscrita era: “Ego intellexi. Tu non imaginaris”.
El joven manipulaba una caja Okto de modo tan absorto que se sobresaltó al escuchar la voz de su amigo a su espalda:
– Ten cuidado. Puede que no te guste lo que encuentres dentro de esa caja.
– ¿Es que acaso hay algo dentro?
– Pues eso no se sabe hasta que alguien logre abrirla. No obstante, en una tienda de antigüedades, el género no es precisamente nuevo, a estrenar de fábrica. Me refiero a que toda esta mercancía ha tenido un propietario anterior. ¿Conoces la leyenda de la cinta? Por tu cara veo que no. Es una especie de leyenda urbana. De esos testimonios que afirman ser testigos conocidos o familiares de aquel que lo cuenta, pero del que jamás se encuentra a un interlocutor que haya presenciado o participado en primera persona o directamente en el acontecimiento. Hay diversas versiones, algunas más exageradas que otras, y con un trascurso diferente según el narrador. La historia trata de un guardia de seguridad que trabajaba en unos grandes almacenes. Eran los años 80 o 90. Ya sabes, pantalón marrón, camisa marrón y porra en el cinturón. Y un día perdió la cabeza. Se obsesionó con una imagen que vio en el monitor durante su jornada de trabajo. Decía que había algo extraño en la escena, algo que no cuadraba. Dejó el trabajo, dejó de salir y dejó de relacionarse. Se volvió completamente paranoico. No hacía más que ver la grabación de la secuencia continuamente, una y otra vez.
– ¿Y qué se veía en la secuencia?
– Esa es la cuestión. No se veía nada raro. Se trataba de una escena normal en el interior de unos grandes almacenes normales. Estaba grabada un sábado, en una de esas aglomeraciones de compradores que hay en Navidad. No duraba apenas un minuto. El asunto es que el tipo se dedicó a hacer una especie de investigación y consultó bibliotecas, archivos, periódicos… Nadie sabe qué buscaba exactamente, hasta que dio con la historia de un ingeniero, Müller creo que se llamaba, que había realizado, allá por los años 50, un proyecto por el que transcribía filmaciones de cámara a documentos sonoros. Es decir, convertía imágenes en sonidos. No me refiero a que eliminase la imagen del video y dejase sólo el audio. Se trataba de convertir una secuencia visual, mediante un proceso matemático, en una secuencia auditiva. Y al tipo se le ocurrió hacer lo mismo con la escena que le obsesionaba, con el propósito de “encontrar” o entender aquello que, según él, no le cuadraba.
– ¿Y lo hizo?
– Oh, sí. Sí que lo hizo. Pero no con los resultados que él esperaba, o eso creo. Porque se lo encontraron varios días después, muerto. El tipo se había suicidado cortándose el cuello con un cristal de un vaso que rompió para ese propósito, supuestamente. No dejó nota ni despedida. Solo la grabación de vídeo y una cinta de casete que contenía el audio de la trascripción de la escena.
-Bueno, el tipo no parecía estar muy cuerdo o centrado.
-Obviamente, no. Pero lo curioso es que se cuenta que todo aquel que escuchaba la grabación en la cinta, se suicidaba. Se rumorea que hubo unas cinco personas muertas, aunque hay quien cuenta más de una decena. Así que alguien se hizo con la cinta de audio y la escondió en una caja Okto. Una caja como la que tú tienes ahora mismo en tus manos. La vendió a un anticuario o a una tienda de empeños o de segunda mano. Una tienda como en la que estamos nosotros ahora mismo. Aunque hay quien dice que la caja está en propiedad de un coleccionista privado. Imposible de saber.
– ¿Pero todo eso es verdad?
– Ya te lo he dicho: Es una leyenda.