Existe toda una parte de la realidad que se sume en el desconocimiento. Como al caer la noche cerramos nuestros ojos, nuestras culturas posmodernas nos han enseñado a no ver lo que no debemos, a que aquello que permitimos entrar en nuestras mentes se volverá nuestra realidad, como rezan los adagios de la espiritualidad de consumo, y que debemos por ello tener cuidado.
Y, sin embargo, seguimos siendo la consecuencia directa de aquello que negamos, aquello que, por esa misma negación, escapa a nuestro control. En un sentido profundo, la identidad del ser humano posmoderno es una identidad superflua e impermanente, carente de esencialidad justamente por todo lo que constantemente se evita, la furia, el sufrimiento, el dolor, el odio, la ira. En unas culturas obsesionadas por la inmediatez de un valor dependiente del aprecio externo, con los posts de instagram, las influencers sociales, la comunidad que todavía nos conceden las colectividades ideológicas que se resisten a morir, como las derivas identitarias de las ideologías políticas de todos los bandos, nos hemos quedado huecos por dentro.
El espíritu de los tiempos, que diría Jung, baila con su máscara de muerte y todos la imitamos al unísono.
Hay aún algunos entre nosotros que se atreven a arrojar luz sobre esta sombra que crece a pesar, o justamente gracias a nuestra inconsciencia, y ése, el hecho de arrojar luz sobre ello, es todavía un error más grande. Estos hablan de hacer las paces con la sombra, de integrar la sombra en un sentido controlable, manipulable por la nadidad del ego profano, de forma que no nos moleste demasiado. El suyo es un intento similar al de domesticar a una anaconda venenosa: en principio es imposible y, aunque se consiguiera, qué terrible sacrilegio cometen aquellos que destrozan la horrible belleza de la serpiente al intentar convertirla en su mascota.
La tradición de la LHP occidental difiere en varios aspectos de la tradición oriental de la Vama Marga, y esto es algo en lo que nunca me cansaré de hacer hincapié. En la vertiente oriental de la Mano Izquierda, aún a pesar del uso de prácticas extremas, el origen y el objetivo de la misma se mantienen relativamente cercanos al del Daksinachara: ambas son monistas en su propuesta de disolución de la conciencia individual en el mar de la unidad fundamental, algo que encontramos todavía incluso en los dharmas más extremos en sus propuestas de sadhana, como vemos en el Dharma de Bhairava y Kali. Ambas tradiciones, en su sentido final, en su ontología, pertenecen a la Luz, aún a pesar de lo antinómico de sus prácticas y sus deidades furiosas. Una tántrica me dijo una vez: “No existe espiritualidad sin lo divino en la Vama Marga”.
Es en occidente, en cambio, donde la Mano Izquierda surge de un suelo filosófico distintivo, propio de los procesos de emergencia histórica de unas sociedades sometidas a muerte por los dogmas religiosos. La Mano Izquierda puramente occidental no es un fenómeno moderno, como suele creerse. Sea o no cierto que las sendas actuales no guardan relación demostrable por una sucesión directa, es innegable que la LHP occidental ya existía hace siglos, como lo demuestran los textos especulativos del cabalismo Luriano, y que, si las sendas de la LHP actual no son sus hijos históricos, si son sus herederos filosóficos.
En nuestra vertiente del sadhana, hay una inversión explícita de los anhelos y objetivos espirituales, porque la LHP occidental es, al contrario que la oriental, un culto de la Oscuridad. En esta senda nuestra, el uso de prácticas antinómicas y extremas no se emplean con el objetivo de disolver más rápidamente el ego, sino de construir con las fuerzas psíquicas que yacen en el Sitra Ahra, literalmente “el otro lado”, una individualidad iniciada, un númen simbólico y ontológico.
En esta perspectiva, la sombra es el vínculo que mantenemos con la realidad subyacente a la construcción que la civilización ha erigido para domesticar al espíritu humano: la viviente oscuridad que yace más allá del odio, el sufrimiento, la locura y la muerte y que guarda una gnosis y una realización inalcanzables de otra forma: este es el Espíritu de lo Profundo, el Ojo del Abismo. Este “otro lado” guarda ciertamente todos los horrores inevitables de la existencia al mismo tiempo que el mayor poder y conocimiento que podemos alcanzar y que únicamente serán realizables para aquellos que sean oscuridad.
Como decía el poeta: “Entrar con una luz en la Oscuridad, es conocer la Luz. Para conocer la Oscuridad, ve a oscuras”. Esta nuestra herejía nos enseña un sentido diferente de existir, hay aquí una inversión consciente de los valores morales y éticos que heredamos de nuestra sociedad, lo que conduce a la experiencia de una mismidad alterada. Nuestros mitos, heredados de las culturas antiguas, son para nosotros símbolos que cargan impulsos noéticos al interior de nuestro espíritu, conocimientos que nos enseñan que nacemos de la Oscuridad, devenimos en ella y regresamos a ella.
Es cierto que a la hora de juzgar cosas como la decadencia, el odio, el sufrimiento, el derecho de cada existencia individual a atestiguar su dominio y su poder y que sea la propia fuerza la que decida el mérito de su supervivencia, la mente profana rápidamente vierte sus juicios, pues el ser humano permanece en ese estado en la inconsciencia animal y, como tal, reacciona según su apetencia, guiado únicamente por sus impulsos y sus querencias emocionales. “El ser humano es algo que debe ser superado” decía Nietzsche. Atravesar la sombra propia de esta forma significa no volver el rostro ante los horrores que conlleva la existencia concreta de nuestra individualidad prestando la atención y la dedicación a la enseñanza que guardan sobre nosotros, sin querer cambiar nada, sino más bien prestando nuestra conciencia y nuestra integridad a esas partes rechazadas y reprimidas del inconsciente personal, pues ellas no son nuestros demonios, ni son nuestros dragones ni nuestros horrores y abominaciones que debemos superar: son nosotros mismos, pues demonios, dragones, abominaciones y horrores es lo que somos en realidad.
Todo es una herramienta en las manos adecuadas, la espada solo te cortará si la empuñas por el filo. Esto desarrolla, primeramente, un conocimiento de nuestra soledad y nuestro aislamiento, que acabará por demostrarnos que la esencia de toda conciencia individual es una esencia depredadora, un espíritu nocturno y hambriento de vida, existencia y existencia continuada. Una seidad aislada, autosuficiente en su subjetividad y autorreferente en su soberanía sólo es posible a través de la completitud que brinda la oscuridad metafísica. Esta es la enseñanza que sólo la Mano Izquierda occidental y su Culto a la Sombra puede enseñar. Pero para alcanzar el instante en que la Oscuridad se ve y se conoce a sí misma desde su propia mirada, hay que atravesar antes la furiosa tempestad de la sombra, y hacerlo sin un interés otro que escuchar su relato: el mal, desde una perspectiva moral, es sólo un punto de vista, concretamente, el punto de vista que ve la Oscuridad desde fuera.