Al abrir la trampilla en el suelo de madera desgastada, se revela una oscura abertura que conduce a un sótano desconocido. Un chirrido agudo resuena en el aire cuando los viejos goznes de la trampilla ceden, añadiendo una nota inquietante al ambiente. Desde el borde de la abertura, una escalera de metal desciende hacia la penumbra, sus peldaños fríos y ligeramente oxidados al tacto.
Bajando los primeros escalones, el aire se vuelve más denso y húmedo, con un leve olor a moho y tierra húmeda. La luz del piso superior se filtra débilmente a través de la trampilla abierta, proyectando sombras largas y distorsionadas que parecen moverse en las paredes de piedra del sótano.
A medida que se avanza hacia el fondo, el sonido de las gotas de agua resonando en la oscuridad se hace más perceptible, amplificado por la acústica del espacio cerrado. Al llegar al último peldaño, los pies tocan el suelo de piedra irregular, cubierto en algunas partes por un delgado velo de agua estancada.
El sótano es un espacio liminal, un lugar de transición que parece estar suspendido entre dos mundos. Las paredes de piedra, cubiertas de musgo y humedad, reflejan destellos ocasionales de luz, creando un ambiente etéreo. Viejas tuberías y conductos se entrelazan en el techo bajo, sus contornos apenas visibles en la penumbra.
En el centro del sótano, una luz parpadeante de un antiguo fluorescente lucha por mantenerse encendida, lanzando destellos intermitentes que revelan detalles efímeros del entorno. Cajas polvorientas y muebles cubiertos con sábanas descoloridas se esparcen por el espacio, sus formas vagas sugiriendo historias olvidadas y secretos enterrados.
El silencio es pesado, roto solo por el goteo persistente del agua y el ocasional crujido de la estructura antigua. Este sótano, con su atmósfera opresiva y su aire cargado de misterio, representa un umbral hacia lo desconocido, un espacio intermedio que invita a la exploración pero también advierte sobre lo que podría encontrarse en sus profundidades.
