Si la vida es, en efecto un teatro, no podemos olvidar el trabajo que hacen los críticos. Cuando la ideología del “aprender de todo” se hace patente, nos vemos abocados a la terrible visión de que hay que sacar algún tipo de aprendizaje. Hay que aprender de la experiencia.
Esto podría ser verdad, en algún caso concreto, pero las críticas positivas no abundan. En mi experiencia, ser criticado, no ha venido casi nunca acompañado de un comportamiento sustitutivo sobre el que se pueda trabajar. Lo más usual es que un “experto” en la tarea que desempeñan, que por regla general no tiene éxito en esta, se ponga a decirte simplemente que no le has gustado.
Si eres artista, con seguridad te has topado con este caso. Un tipo diciéndote que hay otros que hacen lo que tú, mejor. No vas a obtener un nuevo ejercicio para mejorar el dibujo de manos. No te dirá que mantienes errores de principiante, como no haber llegado a los límites del lienzo, o adoptar una posición errónea mientras tocas. La cosa no va de eso. Va de no abandonar el teatro pese a que nadie recuerde su breve aparición en él.
Una típica mañana para los creadores de contenido digital, llegará el “ansiado momento para aprender” de manos de un troll. Esta persona, según la teoría que explicábamos debería ser bienvenida. Rara vez encontré un troll inteligente. Nunca acompañaron con argumentos válidos sus críticas. Conozco un caso en el que al decirle que su argumento era falaz, se escudó en la supuesta vergüenza de usar una palabra como “falacia” (después de todo, ¡que presunción por mi parte!).
Debe ser justo por eso que criticar en Internet “es de ser troll”. Es de uso común un término despectivo.
Por cada disco inaudible, y cada actor abominable, hay un montón de creativos pensando seriamente que ofrecer. Han perfeccionado lo que hacen e incluso siguen aprendiendo.
Aquellos que son creativos deberían ser remunerados por su trabajo. En muchas ocasiones no lo son.
Lo mismo aplica a la productividad. Forma parte de un comportamiento dominante primate el atacar aquel que desempeña una función que proporciona “mayor estatus” (en forma de sueldo u otra forma de reconocimiento). Es en este entorno que uno ve la faceta más retorcida del “crítico”. Donde hay gente que busca hacer daño deliberado. El crítico ya no es más un “público exigente”, y cree formar parte de algo más grande, lanzando metafóricamente, objetos al escenario. Molestando a su “actor criticado”, aún causando tantos daños colaterales que se diría que quiere ver el mundo arder.
Quizás esa es la cuestión del grueso de la crítica. De la que pocas veces uno alcanza a entender una oportunidad de mejorar. No es que no les gustará. No es que los contenidos no tuvieran la entidad que consideraba. No es el aire acondicionado, exageradamente frío. Se trata de destruir aquello que no tienen el goce de hacer, y no son capaces de disfrutar.
Los actores principales del teatro de la vida, deben aprender por su propia supervivencia. No por la “crítica” de sus contenidos o técnicas, si no del acoso de “fans traicionados”, “haters” y “trolls”, que como los lanzadores de objetos al escenario, camuflados entre la multitud, usan su anonimato para transgredir las normas.
Si a pesar de mis intentos de reconforta a los actores, quieren poner un freno al pensamiento y creer lo que quieran, adelante. Pero recuerden, si hay una lata en el escenario de esta noche, es que alguien ha pagado una entrada.
Créditos de la fotografía a Miguel Max Powell.